El establecimiento está abierto al público desde hace más de ciento treinta años y fue fundado por un cura que luego lo dejó en herencia a sus sobrinos, de ahí el nombre. No es un lugar de estrellas Michelin y de platos sofisticados que dejan con hambre a los comensales, sino de productos tradicionales muy sabrosos y muy bien elaborados. Los calamares a la romana, la zorza, la tortilla, la empanada…, son algunos de sus platos que no defraudan a nadie. Sin olvidar el “Pulpo á feira”, cuya receta se mantiene desde hace décadas. En una de sus paredes tienen la cabeza disecada de un imponente jabalí en actitud amenazante, con unos colmillos afilados y dispuestos a abrir en canal a quien se ponga por delante. Casi nadie repara en ella y todo el mundo se concentra en la comida, que resulta exquisita. Un lugar muy recomendable, con muy buena calidad a un precio muy razonable e incluso barato.