Seguramente habrán esgrimido multitud de argumentos quienes en su día tomaron la decisión de construir uno nuevo. Sin embargo, a la vista de cualquier usuario o visitante, todo hace pensar en un capricho sin sentido, en un interés desmedido de competir en instalaciones con otros aeropuertos cercanos, superándolos. Sin embargo, lo cierto es que el nuevo aeropuerto resulta como una inmensa cáscara donde sobra espacio para una densidad de tráfico que está muy lejos de la que se observa en el aeropuerto portugués de Sá Carneiro (Oporto), que tiene un diseño realmente espectacular y un movimiento de pasajeros numeroso e incesante. Así mismo, el aeropuerto de Peinador, en Vigo, con unas instalaciones remodeladas, modernas y cómodas, sigue creciendo de modo imparable, seguramente como consecuencia de la actividad comercial e industrial del sur de Galicia y de las gestiones de los políticos locales. Esto es algo que Lavacolla, y quienes se empeñan a toda costa en encumbrarlo, no pueden evitarlo. Así las cosas, esa nueva terminal compostelana sigue percibiéndose vacía al cabo de varios años desde su inauguración. Lo más vergonzoso es observar la antigua terminal —-a muy poca distancia—- que funcionaba de un modo correcto para el número de pasajeros existentes, y que incluso serviría perfectamente para los que actualmente utilizan Santiago como base para sus viajes. Por su parte, el apeadero aéreo de Alvedro, en A Coruña, simplemente representa un quiero y no puedo, un empeño absurdo con la terminal de Santiago a sesenta kilómetros de distancia, algo inconcebible en otras ciudades europeas. En definitiva, esa antigua terminal de Santiago de Compostela, que se observa en la fotografía, es el claro exponente de un derroche, de un capricho, de una absurda guerra entre aeropuertos gallegos, mientras Oporto, ante todo esto, ni se inmuta.