Ante el desastre electoral que se avecina, con una pérdida considerable de confianza de sus votantes, parte de su tripulación comienza a considerar la conveniencia de cambiarse de barco. Así las cosas, no es de extrañar que próximamente observemos como cambian de barco algunas personas que habían jurado lealtad eterna al partido de la gaviota, esa ave tan vistosa y tan carroñera. Al fin y al cabo, este escándalo ha cogido con el paso cambiado al partido de “Ciudadanos”, que está necesitado de representantes de peso en muchas de las provincias españolas, y que previsiblemente cogerá el relevo político del Partido Popular.
Está claro que el Gobierno no dispone de la estabilidad suficiente para continuar y que debe producirse un cambio. Las palabras de sus representantes ya no convencen ni a propios ni a extraños, y su ventilador levantando escándalos ajenos ha perdido el fuelle. El único culpable de esta tormenta política es el propio Partido Popular, que lleva años empeñado en considera a España como una finca de su exclusiva propiedad.
El cambio es necesario y, sin duda, debe estar protagonizado por el Partido Socialista, con Pedro Sánchez al frente. Sin embargo, en una parte del electorado existen temores por los apoyos necesarios para conseguirlo. Las hipotéticas concesiones a determinados partidos vascos y catalanes, sobre todo con los vientos independentistas soplando desde el nordeste, hacen dudar a los votantes de la conveniencia de esta compleja singladura.
Quizá estemos ante el comienzo de un trascendente cambio histórico en España, ante los albores de una nueva república que conseguiría encajar casi todas las piezas de media España, menos la intransigencia de la otra mitad. Y es un buen momento para recordar, una vez más, aquellos versos del poeta Antonio Machado en su obra “Proverbios y cantares”: “Españolito que vienes al mundo te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. Esperemos que la historia no se repita.