Los hechos:
A primera hora, en el pantalán, se congrega la multitud, también coinciden con el tráfico de Cangas y Moaña, y con algún oficinista que pasa aturdido con prisas entre, los ya habituales, paseantes veraniegos que han madrugado en busca del sol.
Las nieblas parecen estar dispuestas a disipar las dudas, regresa el buen tiempo. Sin embargo una nube oscura recorre la concurrencia; de oreja a ojos, a veces las manos, se van sobresaltando, ¿dónde está el barco? Parece que algún problema burocrático trata de afear el día. Gestiones y explicaciones del encargado de la naviera, «ahora viene el alcalde» comenta impertérrito a las demandas femeninas. Por fin la solución arriba a puerto, un pequeño barquito, como de papel, aparece bajo el embarcadero, casi no se ve, es como los de antaño, un cascarillo de nuez, perfectamente válido pero acomplejado al lado de los nuevos catamaranes habituales. En fin, lo importante es llegar. La gente se pertrecha con los bultos del jornal.
El enlace del desenlace:
Es entonces cuando regresa el conflicto, las voces, los amagos de rebelión. Y es que para salir del paso se ha cambiado la hora de regreso, y se perderán 120 minutos. Dirán ustedes, alocadamente, que eso no es motivo de arrebato, que nuestras señoras protestan y se indignan por pequeñeces. Pero yo les advierto, piénsenlo dos veces: ¿No merece una generosa rebelión el perder dos horas en el Edén insular?
Juan Salvador