Unzué corrió a estrechar la mano de su oponente como manda el protocolo. Pero el de Pamplona fue más allá de las formalidades y demostró que en el otro banquillo se había sentado alguien que es más que un compañero de profesión e incluso que un paisano. Enfrente tenía un amigo al que le puso la mano sobre el hombro y acompañó hasta el túnel de vestuarios, atravesando el terreno de juego de un lado a otro.
Ambos entrenadores, de origen navarro, mantienen una estrecha relación que fomentan hoy en día. El técnico celeste lo dejó patente consolando a un Ziganda que no paraba de echarse la mano a la cara, sabedor de la delicada situación que atraviesa su equipo y, particularmente, su puesto de trabajo.
Mientras recorrían los 69 metros de ancho que tiene el campo de Balaídos ambos mantuvieron una conversación de contenido desconocido pero imaginable. Por si acaso, se taparon la boca para no ser interpretados. Pero el momento, captado por las cámaras de Gol, hablaba por sí solo.
Después de conseguir una victoria balsámica y muy necesaria, cualquier entrenador hubiese saltado de júbilo y lo hubiese celebrado con sus jugadores y su cuerpo técnico. Unzué se mantuvo sobrio y pensó en su amigo, al que acompañó más allá del pitido final.