Digo poeta con todas las intenciones y lo digo pensando también en Petrarca, Martín Códax o Meendinho, que compusieron versos pensando en la música. Pienso también en aquel saxofonista anónimo que improvisaba junto a los beatniks en sus recitales; también él componía pensando, en su caso, en las palabras.
Sin duda, la decisión de otorgar el Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan ha provocado la ira de muchos popes de la alta cultura que, desde sus torres de marfil, se tambalearon al ver entrar a un músico en su panteón. Creo que es una polémica sana e interesante que nos hace reflexionar sobre cuestiones relacionadas con la teoría de la literatura y el concepto de arte. Personalmente tengo claro en dónde estoy.
Recurriendo a la etimología comprobamos que el término poesía proviene del griego antiguo poiesis, que se refiere a todo proceso creativo. Teniendo en cuenta este amplio significado, todos seríamos poetas o creadores, así que avanzamos un poco cronológicamente y buscamos en el diccionario de la RAE: «Poesía: 1. f. Manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra, en verso o en prosa.» Definición clara y concisa que no deja lugar a dudas. Toda aquella persona que tome la palabra y la deforme y manipule para darle un sentido estético se puede considerar poeta. Fin de la discusión.
Poco sabría de estas disquisiciones el joven Bob que escuchaba en los años cincuenta discos de Woody Guthrie y de Little Richard en su Minnesota natal. Sólo tenía claro que quería ser artista y como tal se fue en 1961 a probar suerte al Greenwich Village de Manhattan, germen de la contracultura americana de aquella década.
Entre nubes de marihuana y botellas vacías se forjó la leyenda que dura ya más de cincuenta años. Su premio empezó ya entonces en sus letras desgarradoras. La mente de Dylan estalló y salpicó pedazos de papel llenándolos de historias de perdedores; de gente de los márgenes. Imágenes y metáforas que hablaban de las alegrías y miserias más íntimas que un humano puede sentir, de los paisajes urbanos y rurales que laceran el alma, de tantos soles que se ponen y quién sabe si saldrán de nuevo…
Sus letras iban de la mano de Ginsberg, Kerouac, Joan Baez, Jimmy Hendrix, Jerry Garcia o de Pete Seeger. Bailaban al son de la harmónica, la guitarra acústica, la eléctrica y los sintetizadores. Cambiaban ellas mismas a la vez que cambiaban el mundo y miles de jóvenes se emocionaban al escuchar la historia de Miss Lonely, eterna rolling stone.
El maestro ha llegado a nuestros días convertido en un mito al que se le achacan la mayoría de los cambios culturales de la segunda mitad del siglo XX en el mundo occidental. ¿Como es posible que un chaval enclenque salido de la nada con su guitarra y su armónica haya logrado esto? ¿Es realmente cierto que ese señor huraño y afónico haya cambiado el mundo?
La respuesta está en sus huellas. La respuesta está en una mente que logró que el rock & roll saliera del instituto y de sus amores de verano. La respuesta está en cada una de las personas que sienten la belleza y la fealdad de sus letras. La respuesta está, lo dijo él mismo, en el viento que este huracán arrastra consigo y que aún hoy nos mantiene en el aire.