Gracias por abrirnos en canal con tus canciones que han erizado tantas pieles. Gracias por elevar al infinito la idea del llanto, sea éste de alegría o de tristeza. Hoy se refleja en nuestras lágrimas el brillo de tu guitarra y quizás, por causa de tu muerte, surjan nuevos partisanos que continúen tu lucha. Ahora tocarás la mano de Marianne y recordaréis con vuestro abrazo el calor mediterráneo que os emparejó para siempre. Ahora que ya no nos hablas sacaremos el viejo tocadiscos y pondremos tus discos. Son espejismos de tu fantasma que nos llaman desde allá donde estés. Quisiera poner la aguja del tocadiscos sobre los surcos de tu frente inerte, Leonard. Quisiera hacerlo y escuchar tu mente por última vez; saber de qué estáis hechos los dioses.
Sería absurdo enumerar aquí todas las canciones que nos han marcado. Tan absurdo y complejo como intentar escoger la estrella más brillante de entre las miles que brillan en el cielo. Tus obras son joyas artesanales; productos de un orfebre tocado por lo divino que engarzó palabras con aleaciones hechas de amor, pesimismo y nostalgia. Una amalgama que nos agarrota el cuello y que nos transporta a un frío día de invierno aunque caliente el sol en agosto. Unas cápsulas de suspiros hondos y de melodías aterciopeladas. Historias de aquellos que nos sentimos calados por la lluvia aunque siempre nos ampare algún paraguas…
Te deseo suerte y te vuelvo a dar las gracias. Sé que no recibirás esta carta; ni siquiera sé adonde mandarla. Ojalá existiera un cielo en donde sin duda estarías ahora componiendo de nuevo. Un cielo que nos has dejado aquí en la tierra y al que siempre podremos recurrir cuando la niebla sea demasiado espesa para seguir navegando.