Hay lugares que solo existen cuando fallan. La presa de Eiras es uno de ellos. Para los casi 400.000 habitantes de Vigo y su área metropolitana, el agua es un derecho que emana del grifo con naturalidad. Sin embargo, a 30 kilómetros de la ciudad, en el encajonado cauce del río Oitavén, esa normalidad es el resultado de una lucha técnica constante. Recorrer hoy sus galerías, de la mano de los ingenieros y operarios que custodian sus muros, es entender que la supervivencia de una ciudad depende de un gigante de hormigón que está a punto de cumplir medio siglo de vida.
El estruendo es lo primero que te golpea. Es un ruido, eterno, del agua rompiendo contra el pie de la presa tras pasar por las válvulas de achique. Estas piezas, abiertas el 100% del tiempo para que el Oitavén siga vivo, garantizan que el progreso humano no aniquile la biodiversidad del entorno. Pero tras esa cortina de agua, la infraestructura atraviesa su momento más delicado desde 1977.
Acceder al interior de la presa es comprender la fragilidad de nuestra cotidianidad. «Solo nos acordamos de estas infraestructuras cuando presentan un problema», comenta uno de los ingenieros mientras ajustamos los equipos de seguridad. Para ellos, no hay festivos; el mantenimiento es una guardia perpetua, «Eiras vive 24 horas al día, 7 días a la semana, 365 días al año… no entiende de festivos, vacaciones o domingos».
El centro de control, donde el ojo humano no descansa
La visita comienza en la estación de control, una oficina discreta que funciona como el cerebro de la presa. Desde aquí, las 24 horas del día, se monitorizan de forma presencial y remota los niveles, el estado de las compuertas y las válvulas. En esta estancia, el equipo humano supervisa en tiempo real el almacenamiento de agua y el estado de los órganos vitales de la infraestructura: sus compuertas y válvulas.


Desde este cuadro de control los técnicos pueden activar la apertura de las válvulas con una precisión quirúrgica, movilizando con un solo gesto mecánico la fuerza contenida de millones de metros cúbicos de agua. No es solo una cuestión de flujo, es un ejercicio de equilibrio constante. Desde este despacho, los ingenieros no solo ven el agua, leen el comportamiento de la presa. Sensores distribuidos por toda la estructura envían señales que se traducen aquí en gráficas de presión, temperatura y nivel.
Es el lugar donde la previsión se convierte en norma: cada variación en el caudal del río Oitavén o cada centímetro que sube el nivel tras una tormenta se traduce en una decisión técnica inmediata. En este rincón silencioso de Fornelos de Montes, se garantiza que el mecanismo que sacia la sed de Vigo funcione con la precisión de un reloj suizo, ajeno al paso de las décadas.



El pulso de la bóveda, donde el hormigón respira
A diferencia de las presas de gravedad, esos muros rectos que contienen el agua por puro peso, Eiras es una presa en bóveda de doble curvatura. Es una estructura esbelta y técnica que curva su cuerpo hacia el embalse para transmitir la presión hacia las laderas. Es una presa que «siente».





En la penumbra de sus galerías interiores, descendiendo por escaleras de vértigo hacia las profundidades, observamos sus péndulos. Estos instrumentos registran movimientos milimétricos: la presa se dilata en invierno y se contrae en verano. «Está viva», comentan los técnicos mientras muestran los registros diarios de filtración y dilatación. Nada es azaroso; cada gota que supura el hormigón es monitorizada para garantizar la estabilidad de una fortaleza que soporta millones de toneladas de presión.
“La filtración y la dilatación son procesos lógicos, habituales y, sobre todo, estudiables», explican los técnicos. A través de aliviaderos y registros, se analiza cada gota que atraviesa el hormigón para garantizar una estabilidad absoluta.
El desafío técnico en la sala de válvulas
El corazón del problema se encuentra en la sala de válvulas del canal que conecta con la estación de O Casal. El sistema es un blindaje doble: la válvula de guarda (o de aguas arriba) y la válvula de regulación (la que controla el flujo, aguas abajo).
La cronología de esta urgencia técnica se ha escrito en dos actos críticos durante el presente año. El primer revés llegó el pasado mes de mayo, cuando un fallo grave inutilizó la válvula de guarda de uno de los canales, activando las primeras alarmas entre el equipo de mantenimiento. Sin embargo, la situación cobró una nueva dimensión de gravedad este pasado octubre, cuando el sistema recibió un segundo golpe: la avería de la válvula de regulación del otro canal. Este encadenamiento de fallos en los dos conductos principales ha convertido una tarea de mantenimiento ordinario en una operación de ingeniería de emergencia para asegurar que el agua siga fluyendo hacia el sur de Galicia.







La reparación será una gesta épica. Para sustituir la válvula de guarda, no basta con cerrar una llave de paso. Es necesario enviar a buceadores de gran profundidad, especialistas que deben sumergirse en el embalse para colocar un «escudo» o mamparo en la boca del canal de entrada. Solo así se consigue dejar el conducto en seco, permitiendo que los operarios trabajen en una sala de hormigón armado, bajo la cota de agua, donde el espacio es mínimo y el riesgo máximo. Es un proceso arduo que muy pocos profesionales en España están capacitados para ejecutar.
La logística parece extraída de una película de ingeniería extrema. La sala de válvulas se encuentra en un terreno tan hostil que la única forma de retirar las piezas viejas e instalar las nuevas es perforando el propio tejado de la sala, un forjado que será intervenido para permitir que las grúas operen desde el exterior.
Mientras tanto, un bypass de emergencia funcionará como un cordón umbilical provisional, asegurando que ni Mos, ni O Porriño, ni Salceda, ni la propia ciudad Vigo sientan la vulnerabilidad de su fuente principal.




El centinela invisible
Entre el vapor de agua y el eco de las turbinas, los técnicos comparten confidencias. Hablan de aquel proyecto de minicentral hidroeléctrica que nunca fue, y de la dureza de un oficio que no entiende de calendarios. «Mi Nochebuena de hace tres años fue aquí, vigilando que la lluvia no nos desbordara», recuerda uno de los ingenieros que nos acompañan en nuestra visita.
No todo en Eiras es consumo humano. Las válvulas de achique permanecen abiertas el 100% del tiempo para garantizar el caudal ecológico del río Oitavén. Es el equilibrio necesario para que la fauna y flora locales sigan prosperando mientras la ciudad se abastece.
Al salir de nuevo a la superficie, el ruido del agua adquiere un nuevo significado. Eiras está cerca de cumplir 50 años recordando que la civilización es un equilibrio precario. Un gigante que está llegando al final de la vida útil de sus órganos vitales y que hoy, gracias a una cirugía de alta precisión a cargo de hombres que bucean en la oscuridad y técnicos que escuchan el latido del hormigón, se prepara para seguir dando vida a toda una ciudad que al abrir el grifo siga viendo como algo cotidiano un milagro de la ingeniería.
























