Fue una sensación reconfortante, salir a la calle y poder hablar con los vecinos con los que nunca te comunicas.
- Sí, se ha ido la luz en todo Vigo, es general, comenta alguien
- Parece que es en toda Galicia, dice la tendera de la esquina
- En la radio del coche dicen que es toda España y también Portugal, y creo hasta Francia, apunta el zapatero remendón
- Y Alemania, apunta otro viandante cercano
- Pues sí que estamos bien, para mí que esto es un ataque de Putin, según la vecina del 5ºA
- O de Trump, comenta la de mi mismo rellano
- O de los chinos, añade un tercero
- De los chinos no que ahora son amigos, remata un cuarto
- Yo voy a casa a ver si encuentro mi viejo transistor, aunque no sé si tengo pilas, mejor me voy a la ferretería a por ellas
- Ahora como tarde mucho en venir a ver qué comemos, creo que el camping-gas lo tengo en el trastero
- Pues yo me voy a por velas que nunca las encuentro cuando se va la luz. (Cada vecino con su tema)
Estas conversaciones entre desconocidos se dieron en toda España uniendo lazos que poco antes no existían, y es que las desgracias unen mucho a la ciudadanía.
Por supuesto que hablar por el móvil era casi una quimera, internet no funcionaba (¡Dios mío qué desgracia!), ¿Qué iba a ser de nosotros ahora totalmente incomunicados? Llevábamos en el bolsillo un aparato totalmente inservible, y teníamos que acudir al viejo transistor a pilas, como si estuviéramos en ¿los 90?, ¿o serían los 80?
Y en la radio ¿sonarían los viejos profesionales de aquella época como si hubiéramos entrado en un bucle espacio-tiempo?
Cuando el día dejó paso a la noche echamos mano del candelabro de adorno encendiendo las cinco velas, y cenamos con aquella luz como si lo hiciéramos en un caserón del XIX. Sólo nos faltó mover la campanilla para llamar al servicio. Un servicio que nunca acudió, obviamente, porque en nuestra casa no existe.
Por fin ¡una velada sin móvil ni tv!, poder disfrutar de la conversación y preguntarnos qué tal nos fue el día. Ya no estamos acostumbrados a eso.
Pero a las 4 de la mañana volvió la luz y el hechizo desapareció. Aunque fueron unas pocas horas sólo se me ocurre decir: ¡que viva el apagón!. Yo me apunto a otro, ¡ha sido maravilloso!
Y además de todo eso el Poder nos ha felicitado por nuestro comportamiento tan cívico. ¿Qué más podemos pedir?