¿Será sólo cosa mía o para alguien más es evidente el paralelismo entre la situación bochornosa y asfixiante en la que se encuentra Sánchez y el afamado film de Sylvester Stallone? Cuando el veterano de guerra de Vietnam, John Rambo, llega a un pequeño pueblo de la América profunda con su saco militar al hombro, se masca la tragedia. En cuanto el ex boina verde pone un pie en las calles de la villa es cuestionado inquisitivamente por las fuerzas de seguridad locales, que le invitan poco amablemente a abandonar el lugar, pues no quieren gentuza de su calaña. Como John se muestra poco animado a colaborar, no dudan en utilizar la violencia para ponerlo entre rejas a porrazos. El sheriff no desaprovecha la ocasión para humillarle y menospreciarle, ensañándose con él. Pero enseguida y de modo traumático se dan cuenta de que han cruzado una línea roja, un punto sin retorno cuando el soldado explota brutalmente al rememorar las torturas a las que fue sometido en la guerra. Repartiendo hostias como panes, Rambo liquida medio regimiento de policías y huye a la montaña, donde se atrinchera para hacerse fuerte y eliminar a sus enemigos, incapaces de oponerle una moción de censura.
No me digan que no reconocen aquí la historia reciente de Pedro Sánchez, cercado por la corrupción que le va rodeando y casi indefenso ante el incipiente desmoronamiento de la estructura del PSOE. Obligado a dar la cara ante una situación insostenible, su rostro con rictus agrio recuerda exactamente al protagonista de Acorralado, mirada caída y cansada, pómulos marcados y maquillados, pesadumbre general y gesto desconfiado de cordero degollado.
Pero ojo, que precisamente Rambo estalló cuando parecía más vulnerable. Dimita presidente, le dice como martillo pilón el líder de la oposición. Dimisión, dimisión le arenga la Derecha en el hemiciclo. Corrupto tú, corrompida tu familia, corrupto el PSOE le espetan a la cara. Presión desmedida, insultos, ambiente sofocante. Cuidado, Sánchez está a punto de explotar. Y su oposición ansiosa, como en la película, no quiere aceptar el hecho de que están enfrentándose a un hombre que es un experto en la lucha de guerrillas, excepcional con cualquier arma política, que con sus propias manos desnudas teje pactos inesperados. Un hombre entrenado para ignorar el dolor, las condiciones climatológicas, capaz de vivir de lo que da la tierra, comer cosas que harían vomitar a una cabra, o incluso no haber comido. Matar o morir, aunque no sienta las piernas, en eso Rambo/Pedro Sánchez es el mejor. Harían bien en no acorralarle, confiar en el tiempo -que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades- y adoptar una postura más sosegada que no ponga en evidencia el ansia viva por llegar a la Moncloa a cualquier precio.