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    relato

    La verde espada

    Gabriel Romero de Ávila comparte este relato en recuerdo de la muerte de Cervantes y la celebración del Día del Libro
    Gabriel Romero de Ávila por Gabriel Romero de Ávila
    24 de Abr, 2017
    en Libros
    0
    La verde espada

    PRIMER ACTO

    (Personajes: Alain Manard, asesino apodado «El Leopardo de las Nieves» y su empleador, un misterioso encapuchado)

    (Lugar: Un rincón alejado del bullicio, en una atestada taberna portuaria)

    (Por la derecha del escenario entra un niño elegantemente vestido, sosteniendo un cartel: «Orán, Argelia, 1580»).

    NIÑO: El cuento que les vamos a narrar es cierto en algunos aspectos, y en otros no. Hay personajes reales y otros inventados, para crear una historia completa que esperamos que les guste. Esta introducción, por ejemplo, es enteramente falsa.

    (El niño abandona la escena por donde ha venido)

    (El encapuchado entra en la taberna por el mismo lado, esquiva a los muchos clientes del local y se sienta junto a un tipo de mirada felina y armas preparadas)

    ENCAPUCHADO: Por fin me hallo frente a Alain Manard, el mejor asesino de Berbería, a quien apodan «El Leopardo de las Nieves». Y sabía que sólo podría encontrarlo en un tugurio como éste.

    MANARD (atusando su bigote): Vuesa merced ha logrado atraer mi atención, pero cuide la lengua, si no desea perderla. El dinero y las recomendaciones le avalan, pero no le dan bula papal. Hable rápido y no nos entretengamos. ¿A quién quiere que mate?

    ENCAPUCHADO: No quiero que mate a nadie. Más bien que me ayude a salvar. Necesitaremos hombres de valor para una tarea que planeamos llevar a cabo.

    MANARD (extrañado): ¿Qué locura es ésa? Mis servicios se limitan al acero y la sangre, y resultan extremadamente caros. Si desea sacar a alguien de las mazmorras del Turco, que vuesa merced busque a los fregatarios. Ellos sí que se dedican a liberar a cristianos que han sido hechos esclavos… (Sonríe) Lo mío es más mundano.

    ENCAPUCHADO (dolido): Veo que es cierto lo que dicen: que no queda nada del soldado Alain Manard, quien se unió con honor al tercio del capitán Lope de Figueroa, maestre de campo, y que luchó bajo su mando en la batalla de Lepanto, la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros, como dice un amigo mío.

    MANARD (con los ojos abiertos como platos): Mucho sabe vuesa merced de mí, más que la mayoría de los hombres que pueblan esta villa, a los que sólo importan lo largo de mi espada y el precio al que se alquila. ¿Puedo conocer un nombre y la razón de mi encargo?

    (En ese momento entra en la taberna un grupo de jenízaros, la infantería del sultán otomano. Buscan a alguien mesa por mesa)

    ENCAPUCHADO (percatándose): Debo marchar, o todo estará perdido.

    MANARD: No me uniré a alguien a quien desconozco. Un nombre y una razón, y tal vez mi espada luche hoy por una causa, y no por monedas turcas.

    ENCAPUCHADO (dejando ver su rostro): Soy el propio Lope de Figueroa, caballero de la Orden de Santiago y capitán general de la costa del reino de Granada. Me hallo en Orán en misión secreta para nuestro rey Felipe. ¿Esto sirve a vuesa merced o aún no es suficiente?

    MANARD (poniéndose en pie y desenvainando la espada): Sirve y con mucho, mi señor. Será un honor volver a pelear junto a tan grande caballero.
    (Figueroa también desenvaina, y ambos encaran a los jenízaros, que resultan sorprendidos por la violencia del ataque. Sin embargo, ellos son sólo dos, y sus enemigos muchos, por lo que se ven obligados a retroceder).

    FIGUEROA: Debo ocultarme.

    MANARD: Hay una salida por detrás. Yo los entretendré. A mí no me harán nada, pues no soy yo el que les interesa.

    FIGUEROA: Tienen órdenes de matar a quien me proteja.

    MANARD: Hace mucho que vendí mi alma al diablo, y mucho más que nadie se preocupa por mí. Así que ganaré tiempo para que vuesa merced marche de aquí y arregle sus asuntos.

    FIGUEROA: (agarrando el brazo de su aliado): Si aún queda algo del soldado al que conocí en Lepanto, sepa que nos reuniremos todos al alba en el puerto. Un puñado de hombres con capa y una misión.

    MANARD: ¿Qué misión?

    FIGUEROA: Liberar a uno de los nuestros: Miguel de Cervantes Saavedra.

    (Los jenízaros reanudan el ataque. Manard se queda estupefacto y asiente. Empuja a Figueroa hacia el fondo de la taberna y se enfrenta a sus enemigos. El español se santigua y escapa por detrás)

    (Tan pronto como Manard se queda solo, los jenízaros redoblan sus esfuerzos y lo atraviesan con sus sables curvos. El asesino se derrumba en el suelo)

    (Baja el telón)

    SEGUNDO ACTO 

    (Personajes: El capitán Lope de Figueroa, el monje trinitario fray Juan Gil, el asesino Alain Manard y el capitán de galera Tomás de Buray)

    (Lugar: Al alba, protegidos por las sombras del puerto de Orán, un numeroso grupo de hombres embozados aborda una galera cristiana)

    (El mismo niño del primer acto entra por la derecha del escenario, con un nuevo cartel: «Puerto de Orán, al amanecer»)

    NIÑO: Como les dije, todo el primer acto era mentira, también la muerte de aquel hombre. O quizás eso no. Quizás eso había ocurrido de verdad, pero mucho tiempo antes de nuestra historia.

    (El niño abandona la escena por el mismo sitio)

    FIGUEROA (liderando a fray Juan Gil y Tomás de Buray, que llegan juntos al puerto desde el lado derecho): Adelante y sin ruido. Hemos logrado pasar desapercibidos hasta ahora. No malogremos nuestras opciones.

    BURAY: Le garantizo a vuesa merced que todo irá bien. Mis credenciales son seguras. Los turcos creen que únicamente me dedico al comercio entre puertos, y pago cumplidamente mis impuestos al sultán. Mientras no descubran lo que estamos haciendo, no nos darán problemas.

    (El capitán empieza a organizar a sus hombres, que desatan los amarres de la galera)

    FRAY JUAN (Custodiando un cofre entre sus manos): Debemos ser extremadamente cuidadosos. La vida de un hombre pende de un hilo.

    MANARD (apareciendo desde la izquierda de la escena, sonriente): Ésa es mi especialidad, fraile.

    FIGUEROA (estupefacto): ¿Cómo es posible? ¡Nadie habría podido salir de allí con vida!

    MANARD (burlón): Yo tampoco pude, pero no me quisieron en el infierno.

    (Todos se santiguan, violentados por la blasfemia, excepto el capitán Buray)

    FIGUEROA: ¡Es una ofensa hablar así, más cuando tenemos a Dios de nuestra parte! Lo que vamos a hacer obedece a mandato divino.

    MANARD: ¿Realmente pretenden liberar a un esclavo del Turco?

    FRAY JUAN: Es más sencillo que eso, o tal vez más complicado. Soy fray Juan Gil, de la Orden de la Santísima Trinidad. La familia de ese buen cristiano ha conseguido reunir, tras mucho esfuerzo, los quinientos escudos de oro que exigía Azan Bajá, el rey de Argel, a cambio de su liberación, pues nuestro amigo se encuentra directamente en su poder, no en el de ningún otro amo. Sin embargo, Azan Bajá dice ahora que marchará con él a Constantinopla, pase lo que pase, desatendiendo nuestra petición y la entrega del tesoro.

    MANARD (resoplando): ¿Y cómo piensa vuesa merced obligar al mismísimo rey de Argel a hacerle caso?

    BURAY (dejando sus asuntos y metiéndose en la conversación): De obligarle me ocupo yo. Hemos sabido que Azan Bajá saldrá hacia Constantinopla esta misma noche, viajando tan sólo con su galera capitana y una mínima escolta, pues no prevé contratiempos. Mis hombres atacarán la galera turca y forzarán el trato. Pronto regresaremos con ese hombre.

    FIGUEROA (haciendo los honores): Por cierto, éste es nuestro capitán, Tomás de Buray, aguerrido hombre de mar, soldado venido a menos y valiente fregatario. Pone su barco y su tripulación al servicio de nuestra causa, lo cual no es poco.

    MANARD (sacudiendo la cabeza): Difícil misión. Una galera contrabandista y un tesoro que no le importa nada a Azan Bajá. No hay muchas posibilidades de éxito.

    BURAY (indignado): Mucho aventura vuesa merced. El Arcaláus es el barco más rápido y decisivo en combate de toda la costa de Berbería.

    (Manard palidece al oír ese nombre)

    BURAY (sigue): Puede parecer sólo un bajel mercante, pero está armado hasta los dientes, y ninguna víctima sospecha nada hasta que le ha hundido sus fauces.

    MANARD (sombrío): Estamos abocados a la muerte, y todos lo sabemos.

    FRAY JUAN (divertido): ¿Eso significa que vendrá con nosotros?

    FIGUEROA (cerrando la conversación): Manard es hombre de honor, aunque quiera aparentar que no. Subamos todos a bordo y no se hable más. Debemos apresurarnos. Hay un valiente compañero de Lepanto sufriendo por nuestra tardanza.

    (Manard sonríe, resignado, y asiente. Todos se aprestan a ocupar sus puestos en la embarcación)

    (Baja el telón)

    TERCER ACTO

    (Personajes: de un bando, El capitán Lope de Figueroa, el monje trinitario fray Juan Gil, el asesino Alain Manard y el capitán de galera Tomás de Buray, a bordo de la galera Arcaláus; del bando contrario, el rey de Argel, Azan Bajá, y su tripulación, con Miguel de Cervantes encadenado a un remo)

    (Lugar: En mitad del mar Mediterráneo, a pleno día)

    (El mismo niño entra por la derecha del escenario, con un nuevo cartel: «Mediterráneo, unas horas después»)

    NIÑO: Algunos de los hombres que viajaban en la galera Arcaláus estaban muertos y otros no. Aunque, ¿cuántas de las personas que nos cruzamos cada día están vivas de verdad? La vida hay que vivirla plenamente o no merece la pena.

    (El niño abandona la escena por el mismo sitio)

    (La galera cristiana aparece por la derecha del escenario, surcando las olas)

    FIGUEROA: ¡Adelante, capitán! ¡Debemos avanzar más deprisa! ¡Ya descubro a nuestros enemigos!

    BURAY: ¡Sí, allí están! ¡Preparad los cañones!

    (La tripulación se apresura a ocupar sus puestos de combate)

    BURAY: ¡Fuego!

    (Los cañones sacuden el aire. Sus rivales contestan desde lejos, sin que se vea de ellos más que unos puntos luminosos entre la niebla)

    MANARD: ¡Debemos acercarnos más! ¡Desde aquí somos presas fáciles!

    BURAY: No deseamos una batalla naval, sino un combate cuerpo a cuerpo. Estos disparos eran sólo para llamar su atención, pues mi plan consiste en asaltar la galera capitana desde la sorpresa que nos otorga esta niebla.

    MANARD (burlón): ¡Cuánto os favorece el clima, mi buen capitán! Cualquiera pensaría que esta niebla la ha convocado vuesa merced… ¡desde el mismísimo infierno!

    BURAY (colérico): ¡Eso es un insulto que no pienso tolerar!

    (Pero antes de que puedan enfrentarse, la galera otomana surge ante ellos)

    FIGUEROA: ¡Los tenemos encima!

    (Ambas embarcaciones impactan. Los marineros de la Arcaláus se lanzan al abordaje, con una idéntica respuesta por parte de los turcos)

    FIGUEROA: ¡Valientes, a mí! ¡Rescatemos a nuestro compañero!

    (Azan Bajá salta de su galera para presentar batalla, y sólo Manard es lo bastante rápido para contestarle)

    MANARD: ¡Adelante, capitán Figueroa! ¡Yo le conseguiré el tiempo que necesita!

    (Figueroa se interna en el barco enemigo. De repente, Tomás de Buray ataca a Manard por la espalda, aprovechando el duelo, y lo atraviesa con su espada)

    MANARD: ¡Ah, maldito, por fin muestras tu verdadero rostro!

    (Figueroa regresa a su nave con un harapiento Miguel de Cervantes cargado de cadenas, sólo para descubrir la traición, y a un Tomás de Buray ufano)

    AZAN BAJÁ (riendo a carcajadas): ¡Ilusos! ¿De verdad pensabais que yo no iba a tener noticias de vuestra expedición? ¡Este hombre hace tiempo que trabaja para mí, y no para vosotros!

    MANARD (herido de muerte): Este hombre no trabaja para nadie más que para sí mismo… Ni él ni yo somos personas reales en esta historia… y sin nuestra intervención, nada de esto habría sucedido.

    (La batalla se detiene, como por arte de magia)

    BURAY: ¡Callad la lengua, maldito!

    MANARD: Es cierto… él y yo pertenecemos a otra época que ya se acaba… los tiempos de las gestas y los juglares, de las batallas honorables, las armaduras y las espadas… Éste ya no es nuestro momento, Arcaláus, debes entenderlo… La pólvora ha venido a cambiarlo todo.

    AZAN BAJÁ: ¿La pólvora?

    FRAY JUAN (corriendo desde la popa, con el cofre del tesoro entre las manos): Así es. Esta galera está cargada de pólvora hasta los topes, y acabo de encender la mecha. Todo era una trampa, gran rey… Aún está vuesa merced a tiempo de aceptar nuestra generosa oferta por ese esclavo.

    AZAN BAJÁ: ¿Se trata de eso? ¿Estaríais dispuestos a sacrificaros todos por ese único hombre?

    MANARD (mirando al cielo): Parece… que no lo hice tan mal… que aun en esta época oscura quedan caballeros andantes.

    FIGUEROA: Miguel de Cervantes Saavedra es un gran hombre y un magnífico soldado, y es deber de todo compañero defender a los suyos. Marcharíamos hasta las puertas del infierno a liberarlo, si hiciera falta.

    FRAY JUAN (alargando el cofre): … e incluso entonces pagaríamos de manera cumplida lo acordado.

    AZAN BAJÁ (tomando el cofre): Sois una panda de estúpidos. Acepto el trato. Llevaos a ese hombre de aquí antes de que piense en mataros a todos, y que caiga quien caiga.

    BURAY (saltando sobre el rey de Argel): ¡Nooooooooooooo! ¡Mis enemigos deben morir todos! ¡Por mi mano, si no es por la de otro!

    (Los turcos disparan sobre él, y a continuación clavan espadas en su cuerpo, pero nada es capaz de detenerle. El capitán aparta a sus enemigos a mandobles y se lanza hacia Azan Bajá. Alain Manard, débil por la herida, se interpone y atraviesa a Buray con su propia hoja)

    MANARD: ¡Muere, maldito! ¡Tus planes malvados terminan aquí!

    (Buray se derrumba al fin. Todos quedan estupefactos. Sólo Cervantes es capaz de sostener a Manard entre sus brazos, antes de que caiga al suelo)

    CERVANTES: Vos… He leído tanto sobre vos… el caballero más grande que han dado los tiempos… al que llaman El Caballero de la Verde Espada, y también El Caballero de los Leones… ¿Y ha venido vuesa merced a liberarme a mí?

    MANARD: No debía haber sido tan difícil… Ese ser al que he vencido es un maligno brujo llamado Arcaláus, al que llevo siglos enfrentándome… Su maldad es terrible, y sus únicos planes son provocar la guerra en el mundo para destruir a sus enemigos, los defensores del bien… Nada de esto debería haber pasado… Tendrían que haber llegado a un acuerdo entre ambas partes… si ni él ni yo nos hubiéramos entrometido, pues no nos correspondía.

    CERVANTES: Con frecuencia poderes oscuros juegan con el destino de los hombres… y poderosos caballeros acuden a rescatarlos.

    MANARD: La época de los caballeros termina conmigo. Ahora empieza la vuestra, la de los hombres… La era de la pólvora y los viajes… Haced buen uso de ese poder, ya que está en vuestra mano cambiar el mundo… Os entrego el gobierno de la Creación, la Verde Espada del Ingenio… Ahora es vuestra, hombres de bien.

    CERVANTES: Yo escribiré sobre vuestras gestas, cantaré sobre vuestras hazañas, pues sois un verdadero campeón.

    MANARD: No… Cantad sobre vuestro tiempo, no sobre el mío, que es pasado. Sed dueños del mundo, vivid la vida plenamente, y no habré muerto en vano. Eso es lo que hacen los caballeros andantes.

    (Manard y Buray fallecen, y todos los guerreros sueltan las armas. La batalla ha terminado)

    (El mismo niño entra en escena desde el lado derecho)

    NIÑO: Ésa es la lección de hoy, niños: la vida está ahí fuera. La verdad está en los libros. Miguel de Cervantes fue un genio de las letras que cambió el mundo con su obra, después de ser soldado. Tomó la Verde Espada del Ingenio e hizo buen uso de ella. Como es lógico, nada de esto sucedió en realidad como lo hemos contado: si leéis un libro de Historia, comprobaréis que no hubo brujos malvados, ni caballeros de brillante armadura ni niños narradores, pero ¿qué importa? Nuestra versión es muchísimo más divertida, ¿no os parece?

    (Muestra un cartel que pone: «FIN»)

    (Baja el telón)

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