Lo que vamos a contar es absolutamente cierto y aconteció en la ciudad de Vigo en la década de los años sesenta del pasado siglo XX. Primero conviene aclarar algo que ya es sabido, que las personas que ocupan algún cargo siempre están rodeadas de mucha amistad y mucha adulación, sin embargo, esa situación tan engañosa es algo que puede resultar agradable y suele olvidarse en medio de la vorágine. Luego, cuando las cosas cambian y abandonan el puesto, viene la dura realidad y ese ejército de moscas sale volando rápidamente y sólo quedan aquellas que realmente están por el aprecio y la amistad verdadera, aunque suelen ser muy pocas, si es que queda alguna. Y aún ocupando el puesto algunas personas no despiertan ningún aprecio ni simpatía.
Dicho esto, en unos tiempos en los que los teléfonos eran exclusivamente los fijos, porque todavía no se habían inventado los móviles, en las poblaciones se instalaban cabinas de teléfonos públicos y a Vigo le tocó su turno en las inmediaciones de la Porta do Sol. Al evento asistieron las autoridades, los medios de comunicación, y, por supuesto, el alcalde de la época, que no mencionaremos, pero que con un poco de astucia podrá identificarse, y que resultaba muy controvertido. Así reunidos en torno a la cabina se procedió a su inauguración. Una vez pronunciados los correspondientes discursos, y para hacerse el simpático, el regidor preguntó si alguien podría prestarle alguna moneda para llamar a algún amigo, porque no tenía cambio. Y alguien de la prensa, entre la que no cosechaba precisamente un gran aprecio, le extendió la mano con una moneda y con extraordinaria ocurrencia le dijo sin que el protagonista llegara a coger la ironía: “Tenga una y llámelos a todos”.


























