Por Ramón Boga
El menguante patrimonio histórico de Vigo es el testigo de la contribución de nuestros ancestros a la civilización y capacidad creativa habida en la ciudad. Una riqueza que ha de ser digna de aprecio por su aportación a la identidad local y que merece la sensibilidad ciudadana en la medida que aquellos fueron revalorizándola. La protección de la Alameda viguesa cobrará sentido cuando los vigueses podamos contemplar y disfrutar este patrimonio herencia de la capacidad del pueblo vigués. Protección que constituye una obligación fundamental para el gobierno de la ciudad y para el que adquiere un valor singular la categoría de Bien de Interés Cultural.
Declarar la Alameda como BIC disminuye la autonomía del ayuntamiento en cuanto a la capacidad de intervenir, modificar o gestionar ese espacio a favor de instancias autonómicas o estatales, lo que entra en conflicto con sus intereses y proyectos locales, ocasionándole además una percepción de pérdida de control en la toma de decisiones. Supone también un coste adicional para el presupuesto y los recursos municipales, ya que aumenta su vigilancia, los trámites burocráticos y el cumplimiento estricto de la normativa patrimonial para cualquier futura intervención municipal.
Ante esta amenaza, la respuesta habitual es idéntica a la de las autoridades de aquella pequeña aldea de Pennsylvania que atemorizaba a sus residentes en base a los extraños y sanguinarios seres que habitaban los bosques circundantes; residentes supuestamente felices pero siempre atemorizados y en alerta. El miedo como cimiento de una sociedad encerrada en sí misma que considera un peligro todo aquello extramuros: allí, sanguinarias criaturas del bosque; aquí, la Diputación, la Xunta, los “antivigo”, los “antinavidad” y los “politizados”. El arte de convertir lo externo en agente de inquietud; el miedo como herramienta de control y manipulación.
Para salir de la caverna el protagonista de aquella película se reveló, rompió las cadenas y dejó atrás las sombras en la pared para experimentar la luz del mundo exterior, la realidad. La semana pasada la Asociación Vecinal Vigo Centro celebró una jornada divulgativa para defender la necesidad de declarar la Alameda como BIC ante todos aquellos curiosos por conocer el exterior de la caverna. Los ponentes invitados, lejos de recurrir a las sombras, utilizaron la luz de su disciplina profesional para hablar de urbanismo, arquitectura, ingeniería forestal, arte y cultura. Sin dogmas, sin desprecios, sin ofensas, sin voces engomadas. Con argumentos.
La defensa del patrimonio vigués, la necesidad de su preservación, el fomento de su difusión, la participación activa en su cuidado y la denuncia de afectaciones debería ser un ejercicio obligatorio de educación y concienciación por parte de la administración local. Lo que nos ofrecen en su lugar es una realidad ficticia en forma de sombras proyectadas en la pared. A todo individuo que logre romper las cadenas, salir al exterior, descubrir el conocimiento y el mundo de las ideas, y trate de comunicar ese descubrimiento a los que están dentro, se le tachará de “antivigo”.
Las sombras frente a la luz; los sentidos frente a la razón; la ignorancia frente a la educación y la reflexión crítica; la apariencia frente a la realidad.

























