El primero a lo que conoció fue un joven que intentaba convertirse en espadachín del rey de Francia y que creía, por encima de todo, en defender el honor y la justicia. El segundo fue un marino inglés que naufragó en una isla desierta y tuvo que sobrevivir durante años solo con ingenio, esfuerzo y trabajo duro. Después supo de un niño al que crió una manada de lobos con la ayuda de un oso enorme y una pantera negra. También le llegó la historia de un mensajero del zar de Rusia, el inventor de un peligroso submarino que hundía barcos ingleses y un niño que recibió el mapa de un tesoro, una verdadera fortuna que un pirata había enterrado en una isla.
El último, por lo menos en un buen montón de años, fue un científico que había inventado una máquina para viajar por el tiempo y que, después de ver muchas guerras, monstruos, pueblos y pesar, decidió quedarse a vivir en el futuro, siempre que pudiera salvaguardar los libros.
Y eso mismo sentía quien había leído todas esas aventuras: que nunca desaparecerían mientras quedaran en su interior. Y que, gracias a eso, sería mejor persona: más justa, más ingeniosa, más esforzada y, sobre todo, más soñadora. Porque lo había aprendido en los libros.
¡Feliz día de las librerías 2025!





















