No se le ocurrió al ladrón mejor idea para forzar la puerta de la panadería Don Chusco, en la calle Vilagarcía, en el barrio de Coia, que servirse de la base de una sombrilla. Primero utilizó una de hierro, de esas planas que parecen ligeras pero que requieren de muchas horas de gimnasio para manipularlas como pretendía el ladrón, que al parecer trató de hacer palanca para abrir la puerta. Después, tras fracasar en un primer intento, se hizo con una base de cemento. La idea era lanzarla contra el cristal de la puerta, que al parecer es blindado.
El resultado, es fácil de predecir, fue un estruendo del demonio que interrumpió el apacible sueño de los vecinos. Porque eran las dos de la madrugada, y la mayoría, que tenía que trabajar al día siguiente, dormía a pierna suelta.
Movidos por la curiosidad, y también por la extrañeza, algunos vecinos se fueron asomando con cautela a las ventanas para comprobar de dónde procedía aquel ruido infernal. Y lo que vieron, y algunos grabaron, fue a un hombre, posiblemente entrado ya en la cuarentena y encapuchado, que trataba de entrar en la panadería donde cada día compran ellos el pan.
Así que telefonearon a su dueña, claro. Y también al 112 Galicia, que a su vez movilizó a la Policía Nacional y a la Policía Local. A lo lejos, en muy poco tiempo, asomó girando por las fachadas el brillo de las sirenas. Cuando el ladrón se quiso dar cuenta era ya tarde. Los agentes lo habían arrinconado contra una esquina y el hombre alzaba los brazos. Se sabía detenido. Otra vez.
Poco a poco siguieron apareciendo patrullas. Tres, tal vez cuatro. Demasiados agentes para tan poca cosa. Los vecinos, cuando pudieron discernir en la noche, comprobaron que el detenido es el hombre que duerme en la calle unos portales más arriba. Al parecer, el pasado domingo fue detenido también. Quiso robar otro establecimiento, pero a plena luz del día. La cosa acabó en agresión.