Viernes 18: Un buen día.
El viernes 18 fue la jornada del tiempo perfecto, deseado: calor pero con ligera brisa, cielo nublado sin peligro de lluvias. Y dos clásicos imbatibles para culminar la jornada. Pero antes los asistentes pudieron disfrutar de Luz Futuro y a música urbana de Cristalino, antesala a la primera entrada en negritas del festival. Lori Meyers aparecieron en el escenario único del festival a la 21’40 para repartir carisma sobre el escenario y energía popera, así como himnos vigorizantes que ya huelen a clásicos: Siempre brilla el sol, El tiempo pasará o Alta fidelidad encendieron definitivamente el espíritu festivalero de la multitud.
Y aunque todos parecieron quedar encantados con la energía de los granadinos, lo gordo, se sentía en la estática del aire, estaba por llegar. Surgidos en el underground de los primerísimos noventa, la banda Slowdive vive una segunda vida de éxito: son tendencia cool entre los chavales y chavalas merced a los misterios de TikTok y por supuesto a su embriagador sonido, que se mantiene intacto en sus últimos discos. La banda inglesa desplegó un estilo descomunal, elegancia feérica y energía ruidista en guitaras que se elevan al cielo en crescendos de vértigo. Voces delicadas doblando melodías de ensueño, un volumen generoso y necesario para crear el “globo” sónico y unas proyecciones elegantes conjuntaron el concierto del festival.
El cierre de la primera jornada fue otro punto fuerte. The Jesus and Mary Chain son un mito viviente del rock. Sin etiquetas, al nivel de Joy Division o Pixies, pues la sacudida que supusieron los dos primeros discos de los hermanos Reid a mediados de los años ochenta tiene el calado de los clásicos absolutos, de esas obras que cambian el cauce del rock e inspiran a docenas de bandas (entre muchas otras, a Slowdive y a Los Planetas). Su momento actual es estable (alejados de los excesos químicos y de las trifulcas internas, y con un disco de 2024 bastante defendible) y sus directos son recios repasos a su carrera. Para el caso, con abundantes paradas en sus trabajos más reseñables (Psychocandy de 1985, Darklands de 1987 y Automatic, 1989). Además los temas de su reciente Glasgow Eyes salieron potenciados de su versión sobre las tablas. Con actitud distante, iluminación creando contraluz para la banda y primando un sonido casi sólido (aunque uno hubiera dado más protagonismo a la guitarra saturada de William Reid), los escoceses demostraron porqué son lo que son: leyenda viva.
Sábado 19: Pesadilla en el parque de atracciones.
Y el sábado fue el diluvio. ¿Pesadilla en el parque? En todo caso multitudes caladas, soluciones ingeniosas (se cuenta que hubo quien, buenos reflejos, secó su ropa en una lavandería pública para volver con fuerza) y personalmente sugiero una idea: en 2022 la explanada se dividía en el escenario mayor y un segundo escenario contiguo bajo carpa (donde tocaran Los Planetas aquel año). La carpa como resguardo no hubiera venido nada mal el sábado, pues a partir de los colosales León Benavente la cosa se puso seria, climatológicamente hablando.
Y también musicalmente: antes Quique González, pablopablo, un carismático Xoel López y La Bien Querida (más robusta en directo de lo que sus gemas pop transmiten en sus discos) aún se beneficiaron de buen tiempo (o al menos, de ausencia de lluvia). León Benavente recibieron las primeras aguas, que no enfriaron su show enérgico ni la entrega de Abraham Boba, un león sobre el escenario. Acabaron su show bajándose a la arena, y forzando la tensión de su rock de aires kraut y letras inteligentes.
El diluvio llegó hacia el final de su concierto. El siguiente, Los Planetas, retrasaba moderadamente, había dudas de si se cancelaría… no fue así. El cantante, J Planetas, lo digo nada más pisar el escenario: “llueve, pero aquí estáis acostumbrados”. Bueno Jota, no tan acostumbrados, pero los fans del grupo no se amedrentan por el agua. Saben que un buen chaparrón no podrá enfriar los “motores de autobús” del sonido planetario, y menos cuando arrancan con una gloriosa Segundo Premio que pone a saltar al más parado. El directo se benefició de unas proyecciones fascinantes (con el estilo Javier Aramburu que es indisociable de la estética de la banda), un sonido musculado (Los Planetas estarían con su propuesta justo entre Slowdive y The Jesus and Mary Chain, más atmosféricos que estos, más rock que aquellos). A destacar como eje divisorio de un show impoluto la interpretación consecutiva de dos verdaderas odiseas sónicas: los 9’20 minutos de BD y los 7 de Islamabad, trip sonoro de guitarras como pétalos abriéndose en olas de ruido controlado… que el cantante clausuró con un enérgico “Lucha contra el fascismo a muerte”. Para entonces la lluvia había amainado y dio tregua (intermitente) a los dos últimos conciertos.
Primal Scream y Zahara siguieron manteniendo el nivel estratosférico del festival, con más clásicos: la banda de Bobby Gillespie, más soul que nunca sin renunciar a su rock stoniano ni a su sonido madchester) y Zahara, figura que, salida del maistream, se ha ganado una posición relevante en la música actual gracias a canciones confesionales como Taylor o su último éxito, Demasiadas canciones, que sonaron de madrugada en la Playa de la Concha.
Para evitar nuevos constipados al cierre, los dos conciertos de despedida (Besta Bebé y Tito Ramírez) se trasladaron al auditorio de la villa. Buena idea.