Garaje Roma, operativo desde los años 50, cerró sus puertas el pasado lunes 15 de septiembre, dejando tras de sí 70 plazas (oficiales) de aparcamiento menos en el corazón de la ciudad. Este emblemático párking, ubicado en el bajo del edificio en ruinas de la plaza de Compostela, no solo era un refugio para conductores habituales y esporádicos, sino un vestigio de la Vigo de antaño. Su clausura, motivada por un ambicioso proyecto inmobiliario, agudiza la ya de por sí complicada búsqueda de estacionamiento en el centro, mientras la ciudad lidia con su legado arqueológico y las demandas de modernización.
El cierre, anunciado con un cartel que instaba a los usuarios a retirar sus vehículos antes de la fecha límite, marca el fin de una era para un garaje que maximizaba su espacio con una gestión artesanal, capaz de albergar más coches de los que sus 721 metros cuadrados sugerían. Ahora, con la Alameda y la Praza de Compostela más huérfanas de opciones, los vigueses enfrentan un nuevo desafío en un área donde el estacionamiento es un bien escaso y codiciado.
Un pasado romano que frena la piqueta
El destino del Garaje Roma lleva años escrito en clave inmobiliaria, pero su clausura no es un simple cambio de uso. En 2004, las entrañas del edificio revelaron un secreto milenario: restos arqueológicos de una factoría de salazón del siglo I, posiblemente conectada con los hallazgos en el solar contiguo de Marqués de Valladares. Estas ruinas, protegidas por la Dirección Xeral de Patrimonio de la Xunta, han condicionado cualquier proyecto de transformación. En 2006, un convenio entre el Concello y la empresa Playamar, entonces propietaria del terreno vecino, planteó musealizar estos vestigios, con un callejón como acceso y un millón de euros comprometidos por la Consellería de Cultura. Sin embargo, el plan nunca se materializó, y el edificio, construido en 1920 sobre una parcela de 487 metros cuadrados, languideció en un limbo urbanístico.
El año pasado, el conjunto (propiedad de Tebra SL, vinculada al antiguo grupo Fandicosta) salió a la venta por casi ocho millones de euros, presentado como una oportunidad para inversores interesados en rehabilitar sus 19 viviendas y revitalizar la zona. Aunque un proyecto de demolición se presentó al Concello, fue rechazado por carecer del preceptivo informe de Patrimonio, que vela por preservar los restos romanos. Ahora, un nuevo plan para erigir un edificio residencial con párking subterráneo está en marcha, pero su ejecución sigue supeditada a los estudios arqueológicos y las exigencias de conservación.
La Alameda, un oasis con menos respiro
La desaparición del Garaje Roma no es un hecho aislado, sino un capítulo más en la crónica de un centro vigués donde aparcar se ha convertido en una gesta diaria. La Praza de Compostela, con su encanto de edificios históricos y su proximidad a la ría, son un imán para trabajadores, comerciantes y visitantes, pero la oferta de estacionamiento no da abasto. Otros párkings de la zona, como los de la calle Colón o Policarpo Sanz, están saturados, y las plazas en superficie son un bien escaso, con la zona ORA como única alternativa para rotaciones rápidas. La pérdida de estas 70 plazas (ocupadas la mayoría por abonados que pagaban 109 euros mensuales) es un nuevo golpe para quienes trabajan en el entorno o prefieren instalaciones accesibles, sin los laberintos de plantas subterráneas que caracterizan a otros garajes.
Conductores habituales lamentan el cambio y ahora, encontrar sitio en el centro será aún más complicado. La falta de alternativas inmediatas refuerza la percepción de que Vigo, pese a su dinamismo, no ha resuelto el equilibrio entre desarrollo urbano y servicios básicos para sus ciudadanos.
Un futuro entre modernidad y herencia
El cierre del Garaje Roma plantea un dilema mayor: ¿cómo conjugar la modernización de Vigo con la preservación de su legado? La transformación del edificio en un complejo residencial podría mitigar parcialmente la pérdida, pero los plazos son inciertos, y las restricciones de Patrimonio podrían retrasar o condicionar el proyecto. Mientras, la ciudad enfrenta un desafío estructural: la escasez de plazas de aparcamiento en el casco urbano, agravada por el auge de zonas peatonales y la presión turística. Soluciones como parkings disuasorios en las afueras o incentivos al transporte público apenas han aliviado la situación, dejando a los conductores en una búsqueda perpetua de huecos.
La desaparición de este garaje no solo resta espacio, sino que desnuda las tensiones de una ciudad en transformación. Por ahora, la Alameda, huérfana de su garaje, espera un futuro que reconcilie pasado y progreso.