Se fue a vivir a Cabral en busca de la mayor tranquilidad que ofrecen los barrios y parroquias de Vigo, pero enseguida la vida bucólica que había imaginado y llegó a experimentar se convirtió en un infierno que, lejos de remitir, no hace si no avivarse.
«Sentíamos inseguridad, pero ahora ya sentimos miedo», cuenta esta vecina, que prefiere mantener el anonimato pero cuya firma es una de las 60 estampadas en una denuncia colectiva que los vecinos de la zona de Fontiñas han presentado ante la Policía Nacional. Quieren que alguien ponga freno a los desmanes y el desenfreno que se produce cada día, y sobre todo cada noche, en una casa que lleva más de un año ocupada y se ha convertido en un foco de insalubridad de consecuencias impredecibles.
«Hay ratas como conejos y yo misma he encontrado una en mi propia cocina», cuenta esta vecina, según la cual los ocupas esparcen basura sin freno ni cuidado alguno, atrayendo a colonias de ratas enormes que se se están haciendo fuertes en el barrio, con los riesgos que eso conlleva.
Encontrar papel de plata tirado a las puertas de las casas, en las que viven niños, es el pan de cada día. Porque los ocupas, al parecer, son también politoxicómanos. Tanto lo son que un vecino se encontró en una ocasión a uno de estos ocupas en el interior de su casa. El ocupa se había confundido de vivienda. Posiblemente porque estaba bajo los efectos de las drogas, pero también porque ni los propios ocupas saben con exactitud cuál es la casa ocupada y quién vive en ella.
Convivencia
La convivencia entre ocupas y vecinos se ha ido deteriorando sin remedio con el paso del tiempo, al igual que lo ha hecho la vida plácida que antes había allí. Los vecinos han visto cómo los ocupas se enganchaban a la luz de sus casas. Ahora mismo están enganchados al alumbrado público. «Aqualia tuvo que hacer una obra en la vía pública para quitarles la toma de agua, porque se habían enganchado también a la toma de agua», cuenta esta vecina. Sin agua, se lavan y lavan la ropa en un lavadero público y vierten tóxicos al Lagares. Pero lo peor de todo, dicen los vecinos, es el ruido.

Cada noche llega gente y entra en la casa. Unas dos horas después, comienzan los gritos, los insultos, los golpes. Y los vecinos ven alterado su sueño una y otra vez. «Somos gente de clase trabajadora», dice esta vecina, harta de ir a trabajar sin haber descansado lo suficiente. Se lo dijo a los ocupas, y se dedicaron a lanzarle entre carcajadas tampones usados, mientras la retaban a que avisase a la Policía.
De avisar a la Policía están hartos los vecinos. A la Local y a la Nacional. Pero los agentes tienen las manos atadas. Nada pueden sin la intermediación de un juez. Eso no quiere decir que no pasen por allí a menudo. Lo hacen. Y en alguna ocasión se han visto obligados a desenfundar sus armas reglamentarias. Lo cuenta esta vecina, que se pregunta cómo puede afectar todo esto a los niños que viven allí.
En este contexto se dan situaciones tan delirantes como que los ocupas llegasen a contratar e instalar un sistema de alarma en la casa ocupada. Los vecinos creen que ya no funciona, posiblemente porque habrán dejado de pagar, pero todavía no salen de su asombro. Les fascina el desparpajo de los ocupas, pero también el del instalador de la alarma, que una vez puso en marcha el sistema, se encogió de hombros y les recomendó paciencia.
Pero la paciencia de los vecinos se agotó el pasado fin de semana, cuando se encontraron rajadas varias ruedas de sus coches. Rajadas con navajas. Saben que la convivencia es imposible, y que la tensión está escalando. Por eso han decidido airear su historia. Han pedido ayuda a la Policía Local y a la Nacional. También el Concello. Pero nada cambia. Y mientras, el barrio y sus vidas, se van deteriorando sin remedio y sin que nadie haga nada y sin que sepan siquiera si alguien lo hará.























