Tardaron muchos años en secar aquellas lágrimas que comenzaron a rodar en el momento mismo en que supieron que abandonaban para siempre Galicia. Y volvieron a asomar este miércoles en el balcón de todas sus miradas, cuando distinguieron a los lejos la Estación Marítima de Vigo.
«Me fui hace 72 años de acá y hoy vuelvo por primera vez. Me brotan las lágrimas, que son lágrimas boas, no sé si la palabra es esa. Pero hasta me da vergüenza, ¿viste? Un hombre grandote, pelotudo, pero es así… Es que es donde nací», afirma Paco Mosquera, recién llegado de Argentina.
Calado con un gorro antiguo, Paco no puede dejar de observar la fachada de la Estación Marítima, el mismo lugar donde embarcó hace tanto para huir de la miseria que asolaba España. Le tiembla la barbilla y le brillan los ojos cuando habla, mientras abraza a su esposa, menuda y argentina, que ha venido con él.
Paco es uno de los 200 gallegos residentes en el exterior y mayores de 65 años que participan este año en el programa de la Xunta llamado ‘Reencontros con Galicia’. El objetivo es que esta gente que emigró hace tanto tiempo recupere, aunque sea de refilón, el contacto con su tierra. Llegaron el lunes procedentes de Argentina, de Uruguay y de Brasil. También de Cuba, Venezuela y México, países en los que han construido sus vidas echando de menos sus raíces, su origen.
«A veces hay palabras que no te salen, entonces brota algo especial, no sé si será morriña, saudade… Es muy duro, para un tipo grande tanta lágrima, pero es lo que te sale», sigue diciendo Paco.
A Paco y a sus compañeros se les ve felices caminando por las inmediaciones de la Estación Marítima. Observan con los ojos muy abiertos «cuánto ha cambiado todo», lo mucho que ha mejorado Vigo, que ya en nada se parece a aquella ciudad diminuta y misérrima que ellos recordaban y a la que vieron alejarse sin remedio desde la popa del barco que les condujo al otro lado del charco.
Homenaje a la emigración
Sí les resulta familiar, y de qué manera, el conjunto escultórico de Ramón Conde llamado Homenaje a la Emigración, aunque no lleve ahí ni 15 años. Les suena porque les representa. Porque el hombre de la maleta, la mujer con el niño en brazos, son ellos y son sus padres abandonándolo todo en busca de una vida mejor. Se fotografían con ellos. Los abrazan.
Antes, han escuchado atentamente, en un silencio denso, recitar un poema de Rosalía de Castro. Algunos se los saben de memoria. Y murmuran cada verso. Uno tras otro. Pero luego no pueden hablar. Como le pasa a Antonio Gómez, que partió desde Vigo con sus dos padres y un hermano: «Pero ya no existe ninguno de los tres; y este es un recuerdo muy fuerte para mí. No pensaba…» dice Antonio antes de que la emoción le robe el habla. Completa su discurso su esposa Estela: «Es que es muy emocionante; siempre me cuenta de este puerto, que de acá se fue, y ahora volver es muy, muy emocionante, la verdad».
María Josefa de Sánchez tiene 95 años, aunque nadie lo diría. Es de Forcarei, y partió de Vigo cuando era casi una niña. Ahora vive en Maracay, en Venezuela. Lo que ve alrededor le fascina: «Esto está desconocido para mí por completo». Marías Josefa tuvo que convencer a sus padres de que la dejasen emigrar: «Se pasaba muy mal. Trabajo no me querían dar porque preparación no tenía, y entonces digo: ¿qué hago yo aquí? Mis padres no me querían dejar ir pero por fin los convencieron y me dejaron. Tenía 22 años. Y en la vida, a mí, me han tratado siempre bien todos lados», afirma.
También le ha ido bien a Ángel López, que viene de México con su esposa mexicana: «Recorrí medio mundo y al final vine para aquí otra vez. Lo que estamos haciendo, el viaje a Galicia, es muy bonito y, sobre todo, nos gustaría quedarnos aquí pero tenemos nuestra familia también en México», lamenta con una sonrisa.
Todos ellos y muchos más son ejemplo vivo de lo que hicieron por los gallegos tantos países de América Latina cuando vivir en aquella España desnutrida y sofocante era para mucha gente prácticamente imposible. Nos recuerdan, con sus acentos, sus historias y también sus lágrimas que Latinoamérica nos abrió las puertas de par en par como ahora nos corresponde a nosotros abrírselas a ellos.