La tecnología ha ido condenado al ostracismo muchos usos y saberes a los que ha ido sustituyendo por un simple clic. ¿De qué nos vale ocupar un gran espacio en casa para guardar una enciclopedia teniendo Chat GPT? ¿Quién quiere un mapa de carreteras en la guantera existiendo Google Maps? ¿A quién se le ocurre comprar un periódico teniendo a su disposición Vigoé? Luego llega un apagón como el del pasado 28 de abril y todas estas preguntas y muchas otras encuentran una rápida respuesta.
Esto es especialmente así cuando lo que está en juego es nuestra propia supervivencia. Por eso, porque la tecnología puede fallar, porque no hay infalibilidad en los dispositivos GPS o la radionavegación, es por lo que todavía tiene sentido, y mucho, la existencia en Vigo de una bóveda celeste de ocho metros en la que hoy día siguen aprendiendo astronomía náutica los alumnos del Instituto Politécnico Marítimo Pesquero de Vigo, sede del primer planetario de España, fundado en 1966.
Ubicadas en la Avenida de Beiramar, las instalaciones del Instituto Politécnico Marítimo Pesquero de Vigo, centro de referencia nacional en pesca y navegación y el instituto más antiguo de España dedicado a esta formación, son unas grandes desconocidas para el gran público. Ello a pesar de que fueron pioneras y continúan siendo imprescindibles para la formación de cientos de alumnos cada año, los cuales tienes a su disposición talleres de motores, mecanizado y soldadura, simuladores de navegación y comunicaciones y hasta una residencia.

Pero es el planetario lo que llama la atención, sobre todo al visitante casual, a quien no se va a dedicar profesionalmente a cuestiones marítimas. El planetario permite a los alumnos obtener las herramientas necesarias para guiarse en alta mar, así como en cualquier otro lugar, en el momento en que, Dios no lo quiera, se caiga Internet y nos quedemos a oscuras,
Cuando eso pase, si pasa, y si en ese momento alguno de estos estudiantes se encuentra rodeado de agua por todas partes, siempre podrá recurrir al sextante, otro aparato antediluviano arrinconado por la tecnología pero, como la brújula, de una valor incalculable. Porque un sextante permite obtener la latitud y la longitud de forma matemática midiendo la altura del Sol. Y, de noche, la posición de la Luna, de estrellas como Altair o la estrella Polar, de planetas como Venus o Marte, permite al navegante saber cuál es la suya.
Son miles los astros que pueden ayudar al navegante a orientarse en la oscuridad de la nada, en medio del Atlántico, pero es suficiente con conocer unas pocas docenas para obtener el mismo resultado. Se trata de algo aparentemente sencillo, pero que conocen pocas personas, esas que querríamos tener junto a nosotros en caso de catástrofe para que, como en las películas, asuman el mando y nos lleven de vuelta a casa. Y de esas, en Vigo hay unas cuantas, porque en el planetario Instituto Politécnico Marítimo Pesquero se forman cada año unos 400 alumnos, preparados para, si se tercia, apañárselas mejor que el resto si se cae Internet.





















