Excluyendo a los abstemios, que en Galicia no abundan, casi todos los demás andamos estos días echando cuentas con los dedos para tratar de entender cabalmente la magnitud de la gran marea de vino que se nos viene encima.
Calculan desde el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Rías Baixas que, para cuando termine, en este septiembre que ahora empieza se habrán pasado de la cepa al cesto unos 50.000 millones de kilos de uvas. Dicen, también, que se trata de una cantidad inédita, una nunca vista. Y aseguran, además, que eso se debería traducir en un vino estupendo. Un vino de relumbrón: “Es cierto que, en general, en Rías Baixas cuando las cosechas son grandes, la calidad del vino es muy elevada”, ha dicho el presidente del Consejo Regulador, Ramón Huidobro. Y la cosecha que viene parece no grande, sino enorme, un 20 por ciento más abundante que la del año pasado, por ejemplo.
Estas son las cuentas
La Denominación de Origen Rías Baixas comprende unas 4.320 hectáreas que gestionan 180 bodegas. Una de ellas es Bodegas La Val, en el Condado de Tea, la cual gestiona 94 hectáreas de viñedo repartidas en fincas como Vilachán, Taboexa y Arantei. Pues bien, según ha dicho a Vigoé su directora gerente, Isabel López, la previsión es que consigan acabar la campaña con unas 900.000 botellas.
Extrapolando números es plausible colegir que las bodegas de la DO Rías Baixas consigan esta campaña superar holgadamente los 40 millones de botellas de vino. Es decir, que si se repartiese entre todos los pontevedreses nos tocaría a más de 40 botellas por cabeza. Eso, claro, sin contar todas las producciones propias, caseras y tenazmente artesanales que tan bien calman la sed de quienes acuden a los furanchos, pero esa es otra historia.
Vamos, que el caso es que se aviene un milagro. Uno más, porque el vino, ya se sabe, está íntimamente relacionado con los milagros. No sólo con los milagros derivados de su ingesta, que también, sino con la propia naturaleza del vino, que es simbólico y es sagrado, como bien sabe cualquiera que haya leído o escuchado el Evangelio según San Juan.
Cuando todo encaja
Ese milagro tiene mucho que ver con la Luna de Agosto, “madre y señora del vino”, como cantaba Santiago Auserón al frente de Radio Futura: “Notamos que tuvimos un verano duro en cuanto a calor”, dice desde Bodegas La Val Isabel López. Un verano caluroso y seco que sucede a una primavera excelente para el vino.
“Hemos tenido una primavera cálida. Veníamos de un invierno con unas temperaturas medias elevadas y una pluviometría alta. Por lo tanto, hemos tenido humedad, buena temperatura, ausencia completa prácticamente de enfermedades, tuvimos un buen cuajado, una buena floración, no tuvimos mermas en floración por vientos o lluvias, con lo cual prácticamente todo lo que nació ha ido a término”, explica por su parte Huidobro.
«La uva está en excelentes condiciones. Este año la media de tratamientos, de diez, es excelente, en cuanto a gasto y en cuanto a productos químicos, que han sido los mínimos. Si todos los años se pusiese en ese número sería excelente», afirma por su parte Isabel López.
Y no solo eso. Septiembre también está haciendo su parte con estas lluvias que nos acompañan para que todo salga de rechupete, nunca mejor dicho: “Esta lluvia está viniendo muy bien para que la uva engorde y se hidrate porque tuvimos un verano muy seco, lo que es muy bueno para la maduración, pero el agua evita ahora el estrés hídrico de la uva. Estos breves chaparrones vienen muy bien para hidratar y mejorar el rendimiento de la uva”, dicen a Vigoé desde Señorío de Rubiós, en As Neves. Ese rendimiento de la uva es exactamente lo que casi ninguna bodega ha calculado aún, de modo que tal vez todos los cálculos anteriores pequen de optimistas o todo lo contrario.
Un milagro manual
Estos primeros días de septiembre y de vendimia ofrecen en los viñedos de nuestra provincia un espectáculo fascinante: el que protagoniza cada día la multitud de temporeros que se afana en cosechar la uva albariña, la treixadura, la uva loureiro. Tijera en mano, igual que en el siglo pasado, y que en el anterior, y que en la Edad Media o en la antigua Roma, van extrayendo de las vides racimos repletos de uva dorada que depositan en canastos o cajas.
«La vendimia mecánica yo no la veo en las Rías Baixas porque aquí es una vendimia de minifundio», afirma Isabel López, orgullosa de que la vendimia en esta zona del país sea «cien por cien manual», como lo estipula la Denominación de Origen. «Por muy bien que lo haga una máquina, no es lo mismo«, afirma.
Da igual a qué velocidad evolucione todo: la liturgia de la vendimia se mantiene imperturbable a lo largo de los siglos, y eso es algo que también forma parte del milagro que representa esta actividad, primer paso para convertir la uva en vino. La vendimia que estos días se celebra conecta con la tierra y la luna cada año no sólo a quienes recogen la uva y elaboran el vino, sino también a quienes nos lo bebemos, último paso del milagro colectivo que es el vino.