Ya ha llegado a los cines la nueva película del Hombre de Acero, un producto genuinamente creado por James Gunn que reinventa el universo cinematográfico de DC Comics y lo hace con historias diferentes y, sobre todo, con una manera de contarlas radicalmente distinta.
Uno de los mayores defectos de las películas de Zack Snyder fue el hecho de que se tomaban demasiado en serio a sí mismas. Personajes torturados, destrucción, muerte y esas metáforas nada sutiles acerca del Mesías volvieron sus obras demasiado plomizas y machaconas, sin que en ningún momento lograran transmitir el heroísmo, la cercanía y la esperanza que han acompañado siempre a los héroes DC.
James Gunn y Peter Safran se pusieron manos a la obra para cambiar todo eso. Ahora vemos el primer largometraje de esta nueva etapa, que está dedicado al primer superhéroe de la historia. Al tratarse de un universo cinematográfico totalmente renovado, parecería lógico que esta cinta tratara sobre el origen del héroe y nos contara otra vez el destino final de Krypton, el viaje de Kal–El hasta la Tierra, su juventud en Smallville o sus inicios como periodista en Metropolis, cuestiones todas ellas que abordaron ya en su momento las dos principales versiones cinematográficas que teníamos hasta ahora: Superman (1978) y El hombre de acero (2013).
Pero no, Gunn ha decidido revolver el asunto por completo, no solo en el diseño de un nuevo conjunto de héroes y villanos, sino también en la manera de contarlo. Cuando esta película empieza, Superman ya lleva tres años en activo y hay una larga lista de metahumanos que ya se han dado a conocer, como Mr. Terrific, Hawkgirl o Green Lantern, que además se han unido para defender el bien con el nombre de Justice Gang. El Hombre de Acero tiene una Fortaleza de la Soledad guardaba por robots y cuida de un superperro llamado Krypto, que también cuenta con capacidad de vuelo, superfuerza y supervelocidad.
Lex Luthor odia todo lo que representa el héroe y procura por cualquier medio ridiculizarlo, mostrarlo como una amenaza y finalmente acabar con su vida. Y estas cuestiones, que resultan complejas de analizar y mucho más de representar en una película, se van engarzando en esta con una naturalidad pasmosa y conforman una trama sencilla, bien narrada y enormemente asequible de entender para cualquiera, sin necesidad de haber leído ningún cómic. Porque Superman realmente es patrimonio de todos y no hay quien no conozca su origen —al menos lo básico, el tema de Krypton, Kansas y Metropolis—, de manera que Gunn puede permitirse el lujo de debutar in medias res e ir contando las cosas sobre la marcha. No hay flashbacks ni explicaciones sesudas, de hecho no se explican en ningún momento las habilidades de Mr. Terrific o Green Lantern, pero las escenas son tan demostrativas que en ningún momento hace falta. Y eso es una prueba de confianza en la inteligencia de los espectadores, lo que también merece un elogio.
Y luego hay dos elementos especialmente brillantes por parte de Gunn. El primero es el tono camp y desenfadado de la historia. Estos superhéroes ríen, hacen chistes, se equivocan y no se toman demasiado en serio a sí mismos, lo que supone un bonito contraste con lo que habíamos visto hasta ahora. Y el segundo es Lois Lane, absoluto eje sobre el que se mueven todos los personajes humanos de la cinta: Jimmy Olsen, Perry White e incluso los Kent, que entran en escena cuando ella les pide ayuda. Lois aporta la normalidad que se contrapone a la maravilla de un mundo en el que existen los superhéroes. Es una periodista valiente, capaz, inteligente y crítica, que se define a sí misma como alguien que lo cuestiona todo y a todos, una reportera de calle que resuelve un asunto en el que los propios dioses estaban perdidos, y que en el proceso ama, duda, se equivoca y enmienda sus propios fallos.
Queda claro que todo ha cambiado en el universo DC: las historias y las narraciones, el qué y el cómo. Sin embargo, y esto es lo más importante, el mensaje de esta película no puede ser más supermaniano: el bien triunfa, es valioso ser bueno y querer salvar a otras personas solo porque está bien hacerlo. Esforzarse por los demás es una virtud necesaria que nos ayuda a todos y quien la practica no es idiota, sino un auténtico héroe.
Y para ello da igual que seas el último kryptoniano, el portador del arma más poderosa del universo o la periodista más aguerrida del Daily Planet. Si haces el bien de forma desinteresada, estás del lado correcto. ¿Puede haber algo más revolucionario hoy en día?