Esos padres, héroes sin capa, tienen que saber que tienen un tesoro; tienen que saber que sus hijos son niños o niñas con altas capacidades: con altas capacidades emocionales. Este don, tan escaso, tan poco común en nuestra sociedad, permite a estos niños repartir bondad y felicidad a partes iguales. Este don garantiza a sus familias un cariño infinito más allá de los problemas del día a día. Este maravilloso don elimina el cromosoma de la maldad del que todos somos portadores. En definitiva, este don les hace poseer un sentido de la igualdad y de la inclusión (la de verdad, no la que nos venden) que, de ser contagiosa, haría de este mundo un lugar mejor.
La Sociedad tiene hacer un esfuerzo muy importante en desterrar sus complejos y sus miedos a lo diverso. Tiene la obligación ética y moral de promover una inclusión real, no de garrafón como la que se brinda a estos niños y niñas en la actualidad. Pero lo más importante, al menos desde mi humilde opinión, debe promover el Sí a la Vida y apoyar, con todos los medios a su alcance, a todos los padres con niños y niñas de altas capacidades emocionales.
Para finalizar un consejo: si tienen alguna duda sobre lo que aquí se ha expuesto, si piensan incluso que adolece de rigor científico, pasen no más de una hora con algunos de estos chicos y chicas superdotados y luego juzguen, no teman; ya que el miedo, al fin y al cabo, es la mayor discapacidad que se puede padecer.