Pero también son la demostración de un terrorismo incendiario y criminal que necesita una acción judicial más dinámica y una legislación más contundente. La Xunta de Galicia intentaba ahorrar gastos con el despido de numerosos brigadistas al final de un verano que parecía haber terminado con una favorable estadística de incendios. Pero la Xunta no tuvo en consideración que esas personas deberían haber seguido contratadas todo el año realizando no sólo tareas de extinción sino también de limpieza y de prevención de incendios; una inversión económica que hubiera sido muy acertada y que hubiera evitado o por lo menos minimizado el drama de los incendios. Pero esto, como digo, sólo es una parte. La otra es el terrorismo incendiario. Y en todo esto resulta muy ridículo tratar de calmar a la opinión pública culpando a un hombre que hizo una barbacoa para asar unos chorizos. Provoca hilaridad. Ese hombre puede ser culpable de algún incendio que en realidad es una imprudencia, pero a su culpa no se le puede sumar el resto de las llamas del sur de Galicia. Son otros los culpables. Uno de los culpables es la propia administración, por su errónea política forestal. Y otros son los incendiarios que sin escrúpulos y por diferentes motivos han quemado los montes. Los motivos pueden ser variados: el precio de la madera, la necesidad de pastos, el interés por la recalificación de terrenos, y quizá la venganza por la rescisión de algún contrato, porque en todas las profesiones hay de todo. Aún así, el pueblo gallego, y en este caso el del entorno de la ciudad de Vigo, ha demostrado una enorme solidaridad por encima de cualquier otro interés. Ellos son, el pueblo llano, junto con los policías, los bomberos, las cuadrillas de la extinción de incendios, y los militares que han venido a colaborar, los auténticos héroes del drama. Los políticos, en cambio, no han actuado cuando debían y sólo han aparecido para hacerse las fotos y continuar con su demagogia. Y una vez más Galicia se ha quedado chamuscada, como siempre.