Disclaimer. Si aún no has visto la película y tienes intención de verla, no sigas leyendo.
Fui a ver esta película sin haber leído absolutamente nada de crítica en internet. Con el título y una imagen de Russell Crowe gordo en el papel de gerifalte nazi, me resultó lo suficientemente atractiva como para meterme en el cine. He seguido a Crowe con fervor desde mi tierna adolescencia, cuando se batía en la arena del coliseo como Máximo Décimo Meridio y, a decir verdad, quería ver si había sido capaz de reinventarse como actor una vez llegada la madurez y las carnes flojas.
No me defraudó. Fue capaz de hacer creer a la sala que era el mismísimo Herman Göring, comadante nazi que, una vez caído el Führer, se convertía en la cabeza visible de un Tercer Reich derrotado por las tropas aliadas.
La película gira en verdad en torno a las conversaciones que mantuvo en la cárcel con un psiquiatra militar estadounidense que posteriormente escribió un libro de poco éxito sobre sus anotaciones.
Tal como está enfocada la, con decorados postbélicos, moda poco llamativa y una estética militar que acompaña todas las imágenes, la película es un gran trabajo por parte de su director. No hay escenas de sexo, ni trama romántica, apenas música o momentos festivos y, aun así, los hechos que narra no permiten que el espectador se aburra.
Como médico apasionada de la mente humana que decidió no especializarse en psiquiatría para mantener su propia cordura, la película consiguió tenerme entretenida las dos horas y media que dura. Este joven psiquiatra (encarnado por el actor que hizo de Freddy Mercury, con un cambio de registro brutal) intenta conocer la mente de los hombres que fueron capaces de ordenar la eliminación sistémica de millones de personas y evitar que se suiciden para que puedan ser juzgados.
Me parece súper acertada la decisión de que el juez estadounidense del Supremo que decide realizar un juicio contra criminales de guerra lo encarne un actor con tanto carácter como es Michael Shannon (Boardwalk Empire, La forma del agua). Los juicios de Nüremberg sentaron las bases del derecho internacional tal como lo conocemos ahora. Estos acuerdos están siendo vulnerados actualmente en la franja de Gaza, ochenta años después, sin ningún miramiento internacional.

Siempre me ha llamado la atención el patriotismo americano en las películas de guerra, pero esta es diferente. Cuando nuestro joven psiquiatra le pregunta a Göring por qué decidieron seguir a Hitler, este le responde: “Habíamos sido derrotados en la Primera Guerra Mundial, habíamos perdido nuestra grandeza. ¿No seguiría usted a un hombre que les dice que podemos ser grandes otra vez?”. Esta escena está hecha para recordar cuál es el slogan de las campañas de Trump: make America great again.
Cuando era pequeña, di alemán en el colegio de monjas a donde iba. Nuestra profesora, como parte tanto del conocimiento de la cultura alemana como de la conciencia moral, nos mostró en su día las imágenes reales del juicio. Una de las cosas que más sorprende de la película es el silencio que se produce en la sala cuando aparecen los cadáveres hacinados en campos de concentración, así como los supervivientes esqueléticos de los mismos. Como se parecían tanto a las imágenes reales, he buscado en internet y parece ser que son reproducciones hechas por IA de las originales.
También hacen hincapié al final, cuando nuestro médico vuelve a USA y presenta su libro, en cómo la sociedad americana le da la espalda cuando concluye que cualquiera podría ser como los nazis que él entrevistó: nadie está exento de cometer crueles crímenes si tiene una personalidad narcisista, un ego elevado y la posibilidad de arrebatarle algo a otro para conseguir la gloria. El personaje, en la vida real, entró en una depresión que lo llevó a él mismo al suicidio en 1958.
Nüremberg no solo es ir a ver cómo Russell Crowe se reconvierte en otra clase de actor. Es una película de rabiosa actualidad. Es el recordatorio de que en el mundo sigue habiendo monstruos gobernando, capaces de cometer los crímenes más atroces en nombre de una patria y la sed insaciable de poder.
Hace un par de días, en el Colegio de Médicos de Ourense, vino a dar una conferencia un anestesista que estuvo cuatro meses de misión en la franja de Gaza. Contaba cómo, en los puntos de comida que los americanos habían instalado para abastecer a medio millón de gazatíes hambrientos, los soldados disparaban a bebés en brazos de sus madres. Soldados israelíes. Soldados que probablemente fueran descendientes de los cadáveres que un tractor arrastraba a un foso para ser quemados en las imágenes de esta película.
Este cooperante decía que cuando se quejaba de las atrocidades del ejército israelí, sus compañeros palestinos le decían: “Doctor, no maldiga. Si puede bendecir, bendiga, pero no maldiga”.
Ninguna mente humana está a salvo de no ser un monstruo si se dan los factores adecuados.
Y lo peor es que no aprendemos de nuestra propia historia.


























