Ha terminado la segunda temporada de Andor, una de las series menos típicas dentro del universo de Star Wars. Sin jedi, sith, sables láser ni apenas criaturas no humanas, y también sin el clásico maniqueísmo de la franquicia, Andor ha recorrido un camino propio que enlaza con los eventos de Rogue One. Pero ¿realmente merece la pena este viaje?
Diego Luna creyó desde el principio que había que seguir contando historias protagonizadas por Cassian Andor, el espía de la Alianza Rebelde al que encarnó en 2016 en la película Rogue One: Una historia de Star Wars. Allí nos encontramos por primera vez con este personaje cínico, duro, curtido en las peores aventuras y dispuesto a lo que hiciera falta para socavar al Imperio. Un gran contraste con el risueño y atractivo Han Solo, que siempre conseguía huir del peligro con una carcajada y al que nunca parecían afectarle los peligros que debía encarar.
Andor era gris, viejo por dentro, estaba lleno de cicatrices y recordaba demasiadas cosas terribles que le habían sucedido. Sus ojos mostraban la hartura de quien ya no desea más violencia pero sabe que no le queda otra opción para seguir su camino. Porque él había escogido esa vida en algún momento y creía que sus actos eran provechosos para la Rebelión, en verdad tenía fe en lo que estaba haciendo y ponía su vida en peligro constantemente por un bien mayor. Y eso es lo que veríamos en la trilogía clásica: la manera en la que héroes brillantes avanzaron contra el Imperio Galáctico y lograron acabar con su tiranía, lo que les supuso medallas, honores y la inmortalidad. Pero sabemos que no lo hicieron ellos solos, sino a costa de espías anónimos como este, que rara vez salen en los libros de Historia.
La primera temporada de Andor se estrenó en 2022 y mostró un inicio del personaje que no se parecía mucho a lo que ya sabíamos: un ladrón en un rincón perdido de la galaxia, malviviendo sin llamar la atención de las autoridades. Esa es la importante evolución que vemos a través de la serie. Andor no es ni será nunca un héroe como Luke Skywalker, ni un símbolo como Mon Mothma, él es el tipo del trabajo sucio, el que asalta una instalación del Imperio y se compromete con una causa, pero no de entrada. Nunca fue un guerrillero, ni estuvo comprometido con la Alianza desde el primer día. Su llegada a la Rebelión estuvo mediada por Luthen Rael, una figura clave de la organización clandestina de muchos agentes y que termina por convertirse en coprotagonista de esta serie.
Andor trata sobre las alcantarillas de la Resistencia, sobre las distintas facciones que se organizan bajo el radar del Imperio y la manera a veces caótica en se relacionan entre ellas. Mon Mothma y Bail Organa repudian los métodos de Luthen Rael, igual que los de Saw Gerrera, pero es la intervención de ellos dos la que determina que la Alianza consiga finalmente los planos de la Estrella de la Muerte, evento clave en la historia de Star Wars.
De no ser por los esfuerzos clandestinos de Luthen y el sacrificio de muchos personajes clave de la serie, nunca habría podido ocurrir el momento heroico de Luke, Leia y Han, ni habría podido caer el Imperio. Vemos escuchas, mensajes en clave, golpes de mano y cambios de bando, gente que sufre y aun así continúa en la lucha, porque la causa es más importante que cualquiera de ellos. Vemos personajes rotos por las situaciones tan terribles que han vivido, y unos mundos sumidos en tiempos oscuros de los que nadie piensa que pueda salir. Por eso precisamente tiene más sentido el nombre del episodio cuatro de la serie, que ocurre justo a continuación de Rogue One: Una nueva esperanza.
Andor es una serie necesaria por cuanto enseña los entresijos de lo que implica una revolución, los sacrificios inevitables, los actos que serían inconcebibles en cualquier otro momento y la manera en que todos ellos pierden su alma. Justo para que los héroes vivan su momento de gloria.