"Abandonan la ría de Vigo las últimas naves de la flota angloholandesa que intervinieron en la batalla de Rande. Avila y Lacueva nos han informado que lo hicieron engalanadas con flámulas y gallardetes, al son de flautas y pífanos, como si la alegría de la presa fuese bastante a hacer olvidar a sus tripulantes el sacrificio de 800 compatriotas.
El Duque Príncipe de Barbanzón, cuyos esfuerzos en tierra resultaron inútiles para evitar el desastre, escribe a la ciudad de La Coruña:"Ayer, lunes, comenzaron a salir de esa ría de Vigo las armadas enemigas; y a la hora que escribo ésta lo quedan continuando; y por ser esta nueva tan feliz y digna de celebrar, no he querido escusar de dársela a V.S. para que me ayude a dar gracias al Altísimo que nos ha librado de todas las hostilidades que intentaban, y de los graves perjuicios que de ello resultarían. Y quedo al servicio de V.S. con segura voluntad en quanto se ofreciere. Bouzas, 31 de octubre de 1702."
El Capitán General había trasladado el grueso de sus fuerzas a Bouzas, al iniciarse la retirada por mar del enemigo, en prevención de que éste intentase un golpe de mano en aquella villa, carente de fortificaciones. Todavía el 1º de noviembre permanecían algunas naves contrarias en nuestras aguas, por falta de viento favorable, y hasta el 6 de dicho mes no se perderían de vista las últimas. Los ingleses llevaban de menos su nave almirante, que había sido incendiada y volada, en una desesperada acción, por un brulote español, al mando del Teniente de Navío Escaleta, quien arrimó su barco al enemigo y los hizo volar simultáneamente. Este episodio bastará para dar idea del dantesco combate, en el que perecieron, entre el fuego y el estallido de la Santa Bárbara de las naves, cerca de tres mil hombres, en poco más de 24 horas.
Los heridos franceses y españoles que pudieron ganar a nado la costa, fueron atendidos en Vigo y alrededores con el máximo esmero, en medio de aquella consternación general. A ello acudió con gran celeridad, facilitando dinero, víveres y otros socorros, el Arzobispo compostelano, ayudado por el Cabildo y la propia ciudad.
Los esfuerzos, prestaciones personales y contribución de sangre que la villa de Vigo hizo en esta ocasión a la corona, fueron muy estimados por Felipe V, a quien la pérdida de la flota y de gran parte de sus caudales afectó profundamente. En recompensa concedió a Vigo, en 1704, el arbitrio de blanquilla sobre el vino, así como otros impuestos sobre artículos de consumo, hasta totalizar la cantidad de 20.000 ducados, que habrían de destinarse a obras de reconstrucción en la iglesia Colegiata, pavimentación de calles y apertura de fuentes. Entre éstas se construyó entonces la de Neptuno, en la calle de la Soledad.
¿Qué fué del convoy de carros del país, portadores de la plata salvada? Los datos históricos fehacientes fallan en este punto. Parece ser que algunos facinerosos, mezclados entre los soldados y paisanos encargados de su protección, robaron gran parte, en el largo camino hasta el Alcázar de Segovia, donde al fin fueron depositados los resto del cargamento de Indias. Los ingleses afirmaron llevarse más de cuatro millones de pesos; otros ocho se dieron por perdidos."
31 de octubre de 1702. Xosé María Álvarez Blázquez. "La Ciudad y los Días. Calendario histórico de Vigo" (Edicións Monterrey, 1960).