Este jueves el Celta murió en la Copa del Rey –salvo nueva edición del espíritu del 4%– de esa misma manera. Fijando sus ojos en la portería rival sin importar el resto. Cabe pensar que en exceso. Con solo 1-0 en contra Berizzo volcó a sus hombres en el área del Sevilla. Atrás se quedó Jonny. Solo. El lateral de Matamá ha conocido mejores estados de forma, ya sean físicos o mentales. Porque resulta complicado descifrar el porqué de tal bajón. Es como si hubiera sido abducido y le hubieran dado cambiazo al Celta. El caso es que el equipo quiso ahogar a los de Emery en su campo y fue él quien se quedó sin aire para el partido de vuelta.
No fue el único gol que llegó de esta manera. Fue una sucesión de ‘déjà vu’, de desquiciantes repeticiones televisivas. De ganas de apagar la retransmisión ante tanto error reiterativo. El Celta fue esta noche víctima de su propia virtud, de la que le trajo hasta esta semifinal de Copa tras ningunear al Atlético de Madrid en su propio feudo. Los riesgos excesivos han despertado de golpe al celtismo de un sueño que iba cumpliendo etapas pero que ha terminado por descarrilar.
Es posible que no tarde en salir el oportunismo para recriminar lo que han podido costar las rotaciones en forma de puntos en la liga. Total, para nada, para caer en semifinales de Copa. Y ahora vienen en Liga otra vez el Sevilla y el Barcelona…
Es posible que haya que recordar, antes de lamentarse o echarse cosas en cara, que los grotescos defectos del Pizjuán han visto la otra cara de la moneda. La de los grandes alardes de fútbol, que tantos adeptos han ganado y a los que tan fácil es arrimarse. La de la noche en el Calderón y la del Celta de los récords. Aunque cada uno puede quedarse con lo que quiera.
Al despertarse siempre cuesta abrir los ojos. Solo un tiempo después, una vez que uno se despereza, ve con más claridad. Puede que al Celta le cueste, el despertador ha sido cruel. Pero es posible que no tarde en quitarse las legañas y que, cuando llegue otra gran noche, este fútbol vuelva a hacer soñar.