Al expresidente del Celta, que le había vendido sus acciones a Mouriño en junio de 2006, no le sentaron muy bien las críticas de su sucesor. Consideraba injustas esas acusaciones y culpaba al nuevo presidente del desastre en el que se había convertido el club.
Gómez, en un gesto de cara a la galería, trató de mostrarse como el posible salvador de la entidad días después de que Mouriño reconociese la millonaria deuda celeste y anunciase una inminente ampliación de capital para enderezar el rumbo. Horacio envió un comunicado en el que aseguraba que «no quiero esconderme y estoy dispuesto a adquirir las acciones del Celta en las mismas situaciones y condiciones que cuando las cedí«. En declaraciones al diario Marca, el expresidente precisó que «no tengo ningún problema en comprar las acciones, pero el club tiene que estar en Primera, en la sexta posición, que es donde los jugadores tienen valor y donde lo dejamos, y con la misma deuda que cuando nos marchamos«.
Pues bien, ahora se cumple la condición que faltaba de las que marcó Horacio en su día, ya que el Celta selló su clasificación para Europa el pasado domingo. La otra se ha cumplido con creces. Y es que la deuda ha desaparecido y el club incluso arrojó este último curso unos beneficios de 15 millones de euros. Además, el Celta tiene ahora patrimonio después de la compra de la sede de Príncipe, algo de lo que carecía en la etapa de Horacio.
Este órdago se produjo días antes de una tensa junta general de accionistas. En ella, Horacio Gómez le cedió el protagonismo a Sabino López, exgerente del club, que intercambió graves acusaciones con Mouriño.
Fue aquel día cuando el presidente pronunció una frase que ya ha pasado a la historia. Gómez le tendió la mano para trabajar juntos por el bien del Celta y Mouriño le respondió diciendo «esto es como cuando te ofrecen una manzana apetitosa y brillante y resulta estar llena de gusanos».
Este enfrentamiento se produjo solo 18 meses después de que Horacio le vendiese las acciones a Mouriño en un clima de total cordialidad. La relación se comenzó a tensar cuando el presidente descubrió los imaginativos criterios contables que había aplicado la anterior directiva.
Mouriño intentó emprender un cambio de política que no resultó bien acogido por el expresidente, ya que su sucesor desarmó el organigrama que él había instaurado. Deportivamente, el equipo también cayó en picado y la galopante deuda salió a la superficie.
Pero años después y tras dar muchos palos de ciego, Mouriño encontró el camino y reflotó el club. Además, los tribunales dictaron que Horacio Gómez era culpable de haber llevado al club a una causa de disolución que obligó a la entidad a acogerse al concurso de acreedores.
Ahora, el Celta es viable y transparente económicamente hablando y tan exitoso en lo deportivo como en la etapa de Horacio Gómez.