Precisamente, en el último encuentro de la temporada, entre el Celta y el Rayo Vallecano, en el que se puso de manifiesto el comportamiento anárquico del equipo celeste frente un Rayo Vallecano coordinado y relajado, las gradas siguieron entregando la confianza y el ánimo durante todo el partido. El Celta parecía el equipo que descendía y el Rayo Vallecano el que estaba jugándose la permanencia. Los visitantes atacaban continuamente mientras el anfitrión enviaba continuamente el balón hacia atrás, como si estuviera ganando, algo absurdo.
Los cambios llevados a cabo en el último tramo del partido demostraron que la alineación principal no era la adecuada, puesto que los goles celestes se materializaron, y ya se sabe que los partidos los ganan quienes meten más goles. La clave quizá esté en una necesaria inversión millonaria para hacer nuevos fichajes de calidad que puedan configurar un equipo compacto y armonizado.
El Celta no puede seguir siendo únicamente un negocio; la inversión de un señor con mucho dinero que quiere ganar mucho más a cualquier precio. El Celta tiene que ser, ante todo, el equipo de la ciudad de Vigo y de todos sus seguidores, el equipo de una afición entregada de un modo incondicional.