Probablemente el Celta haya completado mejores partidos en el Santiago Bernabéu. Probablemente mereciese más la victoria en muchas otras ocasiones. Pero el triunfo logrado este 7 de diciembre de 2025 ante el todopoderoso Real Madrid pasará a la historia.
El equipo vigués logró tres puntos que saben a gloria. Primero porque rompe las malas sensaciones que había en el equipo tras las derrotas ante el Ludogorets, en la Europe League, y el Espanyol, en La Liga. Segundo porque mantiene la racha triunfal fuera de casa (cuatro de cuatro en los últimos partidos). Pero sobre todo porque el rival era el Real Madrid.
Desquiciado acabó el conjunto madrileño ante la impotencia para doblegar al Celta. Irascible como un niño pequeño caprichoso ante las expulsiones producto de su incapacidad para controlar las pulsiones.
Fue quizás el choque en el que los vigueses hayan jugado más cómodos en el Bernabéu. Los de Giráldez hicieron lo que quisieron cuando quisieron. Y curiosamente no pudieron mantener el ritmo, que hubiese desatado una goleada de escándalo, cuando mejor lo tenían.
Pudo marcar en la primera parte Pablo Durán, que acabó lesionado, pero fue su sustituto Williot Swedberg el que hizo saltar la banca. Su entrada en el campo no pudo ser más dichoso. Un centro de Bryan Zaragoza, muy desafortunado todo el encuentro, desencadenó la locura. La bota de terciopelo del sueco hizo un giro prodigioso para mandar el balón con la espuela al fondo de la red.
El Celta ganaba y paradójicamente ahí empezaron sus mayores problemas. El miedo a la victoria fue el peor enemigo de los vigueses. Ni siquiera la merecida doble tarjeta de Fran García rebajó la tensión en la zaga celeste.
Las piernas comenzaron a temblar. Sudor frío, patadones sin sentido, errores… un manojo de nervios. El Real Madrid apretó, aunque sin agobiar. Tuvo ocasiones sí, pero muy lejos de esa clásica tromba que se desata en el Bernabéu cuando se huele la remontada.
La entrada de Aspas fue clave. Tocó el moañés en el centro del campo dos veces y el balón llegó al balcón del área. Allí, Javi Rueda, a trompicones, esperó que llegase de nuevo su capitán. El rey de la ría se sacó otro pase de la chistera para que Williot coronase su noche. Regate a Courtois para dejarlo sentado y balón a la jaula sin prisa, con dos toquecitos que terminaron de destrozar a los locales.
El Real Madrid cayó, sin honor, ante un Celta que mereció su noche histórica 19 años después.























