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    RELATO

    Lluvia eléctrica

    Gabriel Romero de Ávila por Gabriel Romero de Ávila
    14 de Mar, 2024
    en Libros
    0
    Lluvia eléctrica

    —Ahora habéis comprobado al fin que mis amenazas no son en vano: Max el Nubeiro tiene el control del clima en todo el territorio de Neo Vigo y, si no aceptáis mis condiciones, arrasaré la city hasta que no quede nada en pie. ¿Lo habéis oído?

    Sus palabras llegan hasta mí con un ruido entrecortado de fondo, lo que, sumado a la malísima calidad de las imágenes, hace que apenas me entere de lo que está ocurriendo. Ni el modo infrarrojo ni el lector de holopsiques me aportan demasiada información de lo que hay dentro del Edificio Miralles, sede de la Oficina de Medio Ambiente de la Universidad.

    Y eso me enerva. Hay demasiado en juego para depender de lecturas erróneas y que finalmente dispare a quien no es. Sobre todo si luego debo intervenir en persona, en las condiciones en que estamos.

    El fusil Barreiro M82 descansa sobre su trípode en lo alto del edificio de la Facultad de Económicas, y en otra situación debería poder contar con un disparo directo. El arma es la mejor para una misión como esta —calibre 12,7 mm, bullets de punta encamisada metálica y un alcance de 2500 metros—, y no hay obstáculos por delante de mi objetivo —las ventanas de la OMA se encuentran en línea directa con mi posición y en el mismo level 246 en que me encuentro—. Sin embargo, una cortina de lluvia nos separa, un manto de agua que cae rabiosa y fría desde unas nubes rojizas que tapan el cielo. Ráfagas de viento hacen que llueva de lado y evitan que consigas protegerte de cualquier manera, y encima cortan las señales electromagnéticas que vuelan entre mi enemigo y yo. Apenas puedo verlo bien y el oído tampoco me resulta muy útil. Sé que está ahí, pavoneándose en todos los canales de holovisión por haber conquistado con sus hombres la unidad principal de control del tiempo en Neo Vigo. Pero ¿dónde se encuentra exactamente? ¿Y podré llegar a abrir fuego si ni siquiera lo distingo?

    Malditos espíritus digitales. Siempre tienen que dar problemas, como duendes traviesos que se dedican a molestar.

    —No podéis hacer nada —sigue berreando en mi oído—. Ya he destrozado el paseo marítimo de Bouzas con una ola gigantesca y he provocado un desastre circulatorio en la highway A–55. Por ahora no he causado daños serios, solo unos pocos aerocars que he mandado al desguace y unas gradas que sustituir, pero ¿de verdad queréis que vaya a más? ¿Hasta qué punto la alcaldesa está dispuesta a arriesgarse antes de concederme lo que pido?

    No consigo precisar. La fachada de piedra gris del Edificio Miralles se desdibuja por el torrente que se precipita desde las alturas, el amplio jardín está enfangado y los vehículos antigravitatorios se han retirado a levels inferiores, donde el vuelo entre las enormes construcciones flotantes no sea tan peligroso. Nadie en su sano juicio se arriesga a salir a la aerostreet en una noche como esta, cuando el vendaval puede enviarte a aterrizar en Crunia. Pero yo no soy cualquier persona y mi tarea es la más importante en el día de hoy desde el Miño hasta el Eo.

    Soy la inspectora N4rv43z, de la División de Seguridad de la Fundación Omnia, y este villano va a caer, me cueste lo que me cueste.

    —¿Estado? —pregunto a mi enlace a través de la holoconexión que tenemos y en la que ella, mi hermana de forja, aparece identificada por una rueda budista.

    Dh4rm4: «Desconectado el sistema de vigilancia».

    Dh4rm4: «Tienes vía libre».

    —¿Y no hay forma de ganar algo de precisión en las lecturas?

    Dh4rm4: «Si hubiera forma, ya lo habría hecho, ¿no crees?».

    Respiro hondo. Es mi hermana, pero a veces no se corta al hablar conmigo —o quizá precisamente por eso… ¿quién se permite el lujo de hablarte tan mal como aquellos que te quieren?—. Es una holodroide, una realidad digital sin cuerpo físico, y encima es la mejor motor de búsqueda de todo el universo. Por eso la contrataron en la Fundación Omnia. A mí, en cambio, solo me buscaron por mi habilidad con las armas.

    —De acuerdo, entonces tú controlarás el rifle y dispararás a mi orden. La palabra clave será robot.

    Dh4rm4: «¿Por qué tiene que ser esa? ¿No hay una palabra más insultante?».

    —Ahora mismo no se me ocurre ninguna. Por lo pronto, usaremos esa. Y ahora silencio. Puede que tengan captadores de voz y nos descubran antes de que nos dé tiempo a arrestarlos.

    Camino deprisa por el techo de Económicas, tratando de afianzar los pies en una superficie enlodada. Ríos de un color parduzco caen desde esta altura y anegan el jardín de la Facultad. Salto por medio de mi aura antigravitatoria unipersonal, mi cuerpo de mercurio flota libremente cientos de metros por encima del abismo de las gravitoaceras y sigo sin ver. Un espeso muro rodea a mi objetivo y ninguna de mis adaptaciones visuales puede traspasarlo. Frío, viento y lluvia cubren los pasos del nubeiro, la personificación del clima en toda Gallaecia. Normalmente estos personajillos se divierten con poco, pero a veces quieren llamar la atención y que los humanos les hagamos caso en sus travesuras.

    Cruzo la aerostreet en el level 246, con miles de estructuras por debajo y un flujo puntual de vehículos que no me estorban. Solo unos pocos valientes —o desquiciados— se atreven a asomar la cabeza, pero por lo demás el cruce está desierto. Mis manos fluyen y crean sendas pistolas Barreiro USP–SD —calibre 9 mm Parabellum y 15 bullets recargables, ya que están hechos de mi propio mercurio—. Pronto veo a los primeros de mis enemigos: dos miembros de la Hermandad del Mal Tiempo, fanáticos adoradores del duende al que persigo, cuyo lema —: «Hace falta que llueva, que luego tenemos sequía»— adorna las calles y se repite como un mantra en numerosos programas de holovisión. Y en eso yo no me meto, que locos hay en todos los lugares, pero ahora han colaborado en el secuestro de una estación de control atmosférico, así que eso los convierte en mi tarea.

    Dos nubeirantes patrullan por los alrededores de la OMA con fusiles táser en la mano, de modo que actúo antes de que lleguen a verme aparecer. En el aire, sin llegar aún a tocar tierra al otro lado del cruce, apunto y disparo en repetidas ocasiones, y los bullets atraviesan su carcasa sin apenas ruido. No llegan a saber lo que ha pasado y los restos quedan flotando.

    Dh4rm4: «Recibidos».

    Mi enlace ha intervenido el Banco de Pautas Cerebrales, que se encuentra en esta misma Universidad, y acaba de hacerse cargo de estas conciencias, que irán a parar a la cárcel sin cuerpo de A Lama. Unos pocos años sin nada que ver, ni oír, ni tocar y se les quitarán las ganas de defender las tormentas. Seguro que, cuando salgan libres, se mudarán para siempre a Canarias.

    Apoyo un pie en la gravitoacera y me dirijo enseguida al temporal. La lluvia arrecia en torno al Edificio Miralles, como una presencia viva que defiende a su hermano. Y no puedo culparla, el nubeiro tiene la capacidad de jugar con el clima por sí mismo, pero no suele pasar de unas pocas tormentas breves y algunos chubascos. Ahora llevamos meses de tiempo caótico, con días que amanecen brillantes y empeoran sin avisar, y eso es por culpa de este canalla, al que le gusta demasiado jugar con nosotros. Su actuación de hoy solo busca que no podamos combatirlo.

    Meto la mano en el aguacero y siento la furia desatada del duende, que me golpea con una fuerza sobrenatural. Después entro y las corrientes me zarandean, juegan y amenazan con arrojarme al abismo. Pero sigo avanzando, un paso tras otro, la mandíbula apretada y las armas por delante. Los pies se escurren y tengo que esforzarme para que no se me despeguen del suelo, los brazos me pesan como si estuvieran hechos de piedra y tengo los ojos llenos de agua. El viento me sacude con una intensidad nunca vista, pero no me va a vencer, ni él ni nadie. No va a acabar conmigo un espíritu digital con ganas de broma.

    De repente, me golpea un rayo eléctrico. Dos fusiles táser disparan sobre mí desde posiciones distintas, por lo que noto un mordisco hondo que me recorre. Salto a un lado, me agacho y trato de rodar sobre la tierra. El lodo me cubre la piel y me atrapa como si del suelo brotaran unas manos ganchudas, pero aún tengo ocasión de clavar la vista en los dos fanáticos y las armas que emplean, y a cada uno le vacío un cargador. No es fácil distinguir dónde apunto, pero la suerte hace que no falle más que un par de tiros. El resto hace blanco y los arrasa.

    Dh4rm4: «Recibidos».

    Salto, vuelo y alcanzo el techo de la OMA. El enorme edificio tiene el aspecto de una nave de los años 50, una formidable estructura de cemento y cristal que flota a media altitud en el complejo entramado de levels que sirve de esqueleto a la city. Mantos de agua se derraman sobre mi cabeza e intento proteger el rostro. Echo un vistazo al mapa holográfico que me mandaron desde la secretaría de la Universidad y encuentro al fin la trampilla de acceso.

    Me cuelo sin hacer ningún ruido, pero ellos me estaban esperando. En el preciso instante en que camino por un salón enorme y oscuro, dos fusiles me destrozan la carcasa con sus disparos eléctricos. Siento los agujeros en mi piel y me veo empujada hacia el extremo contrario, pero ni siquiera eso me detiene.

    —Robot —murmuro entre dientes, y el enorme ventanal explota en dos ocasiones por efecto de la munición del Barreiro M82 y su punta encamisada metálica.

    Mis enemigos caen reventados y no llego ni a distinguir sus facciones, que ya están hechas pedazos y repartidas por el suelo.

    Dh4rm4: «Recibidos».

    Solo me queda el jefe, el que menos asoma el hocico en esta historia. Me pongo en pie y curo mis heridas sin demasiados esfuerzos. El mercurio fluye como un líquido pastoso de color plateado que se adapta a cualquier situación y que mi mente controla hasta los últimos detalles. Cada átomo es mi psique aplicada a la materia, en cada nanogramo estoy yo hecha sustancia. Por eso puedo tomar el aspecto que quiera, y decido presentarme ante el duende con mis botas track, mis leggins negros y mi camiseta de Los Suaves. Cabeza rapada, ojos de loba, piel albina y tatuajes cambiantes con símbolos galaicos. Soy la inspectora N4rv43z y ningún villano podrá conmigo, ni en esta vida ni en otra.

    —¡Menos mal! Por fin has llegado. ¿Crees que tengo la paciencia del mundo?

    Una figura pequeña se acerca a mí. Con piel hirsuta y manos simiescas, agita un largo rabo prensil que se mueve a su espalda. Me mira con ojos crueles y ríe con desprecio. Enseguida mis pautas cerebrales me informan de que se trata de un holodroide y por tanto no hay nada a lo que pueda disparar.

    —El Concello debería ser más rápido a la hora de mandarme a su embajador. He tenido que esperar tantísimo… ¿Y tú quién eres, si puede saberse?

    —N4rv43z, inspectora de la División de Seguridad de la Fundación Omnia. Quedas detenido, Max, por usurpación de un inmueble de titularidad pública y por la utilización fraudulenta de un control del clima. Ven conmigo por las buenas y lo valorarán en el juicio.

    —¿Estás loca? ¿No sabes por qué te han encargado esta misión? Yo nunca he necesitado de este lugar para nada, solo lo he tomado prestado para que alguien viniera a buscarme. Ya verás, va a ser estupendo: solo me marcharé de aquí si resuelves una adivinanza. Es la más compleja del mundo, nadie sería capaz de resolverla. Pero me encantará ver cómo te desesperas. Aquí va:

    Nubes de otoño,

    Nubes de abril…

    —Ya basta. Activación.

    El aire empieza a hervir por culpa de la descarga de energía eléctrica. Los bullets del M82 liberan una red de fuerza que se entrelaza frente a mis ojos, llena la sala y encierra al nubeiro. Su mirada se vuelve de puro terror, o más bien de sorpresa. En verdad se creía que yo iba a colaborar en sus estupideces.

    —¿Qué estás haciendo? ¿Con quién te crees que estás tratando? ¡Soy un espíritu digital, no puedes actuar así conmigo!

    Me acerco mucho a los barrotes de energía pura y le hago una mueca de desprecio. Mi trabajo ha llegado a su fin. No se merece ni que le dé explicaciones.

    Podría contarle que el Concello está harto y que ha decidido alquilar a una droide de Inteligencia para rematarlo de una vez. Que mi objetivo nunca fue llegar a acuerdos, sino abatirlo tan deprisa como pudiera. No con bullets, por supuesto, sino con campos de fuerza para retener su figura y que luego lo manden a un parque natural, donde se dedique a provocar sus tormentas cuando le venga en gana.

    —Misión cumplida —le digo a Dh4rm4—. Avisa a la Dirección de que tengo al duende. Al fin se va a acabar tanta lluvia en Neo Vigo.

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    Tags: ficciónrelato

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