Combinamos en una estricta y limitada selección de cuatro obras (un cómic para cada semana) estilos diversos, orientación (tebeos de superhéroes familiares, apuestas por cómics artie, thrillers de poso cinematográfico y costumbrismo intergeneracional) y espíritu (de lo más alternativo a lo más comercial), para asegurar una experiencia diversa y siempre sorpresiva. Y cerramos con una batería de “extras”, sugerencias que podrían recibir tanta atención como “nuestros cuatro”, pero como no queremos saturar al lector/a, entiéndase su recomendación igualmente intensa pese a aparentar una adenda.
Zatanna. Abajo la sala, de Mariko Tamaki / Javier Rodríguez (2024; Panini, 2025, traducción de Gonzalo Quesada)
Parece que los superhéroes sean cosa de pantalla de cine, pero a los más jóvenes habrá que recordarles que hasta hace bien poco su reinado estaba en las páginas de tebeos. Lugar al que pertenecen y donde hoy aún pueden encontrarse, en docenas de títulos, en tu librería más cercana. De hecho podemos decir que si en el cine los tíos y tías en pijama no cuentan con propuestas especialmente creativas (sí entretenidas, ¡qué menos!) en las viñetas aún cabe encontrar emocionantes ideas, inverosímiles argumentos gozosamente disparatados y soluciones visuales de fantasía vertiginosa.
Es el caso de este tebeo que puede leer hasta quien no ha leído una sola página de cómics DC. Porque se trata de contar el origen de un personaje, la hechicera Zatanna, con humor, toques de drama familiar y sentido de la maravilla. Una lectura para todas las edades, no como frase hecha, sino real: la historia es fresca y desenfadada, plena de aventuras llenas de magia (buena y mala, blanca y negra), la protagoniza una joven que recuerda su infancia al lado de un padre mago, pero que temeroso del potencial de su hija intentará apartarla del mundo de los hechizos y los conjuros. Conflicto generacional por tanto, lo cual a cualquier adolescente y preadolescente va a sonar bastante. Sumemos un ritmo vertiginoso y toques de humor, así como una sensación de diversión pura para completar un cóctel delicioso. Mariko Tamaki, guionista con una sólida carrera en el cómic autoral que también pisa firme en el género de los superhéroes, tiene la capacidad de crear historias fantásticas (en todos los sentidos) y de, al tiempo, hacer florecer sentimientos íntimos más o menos universales y profundos en sus historias.
Cuestiones todas que a los más talludos también engancharán, si son lectores sin prejuicios. Pero cuando directamente gozarán como enanos de jardín será ante la labor de Javier Rodríguez: su dibujo pulcro embriaga, pero no menos que su pericia desbordante a la hora de diseñar páginas fascinantes, sorprendentes y saturadas de imaginación. La composición de la página es espléndida en ideas, la expresividad del trazo de Rodríguez se acerca a la de maestros como Jaime Hernandez (de quien hablaremos en unos párrafos), su color es inventivo, pop, juguetón. De diez. De hecho se lo han dado recientemente, máxima puntuación: la obra acaba de ser galardonada con un Eisner (los llamados “Oscars del cómic”) a mejor serie limitada, así que podemos decir que acercarse a ella está de moda.
Encías quemadas, de Natalia Velarde (2025, Reservoir Books)
Tras llamar la atención a través de una prolongada carrera en el mundo de la autoedición, Encías quemadas es el fogonazo casi mainstream para su autora, un cómic de gran formato que precisa de esa magnitud para poder estallarnos delante de la cara durante su lectura, publicado por un editor que ha situado en todas las librerías una novela gráfica que es como una caja de fuegos artificiales. A partir de un dolor de la propia Natalia (no haremos spoilers), el arte se ha convertido en la forma de expulsar tristezas, orquestar despedidas, expresar sentimientos. Pero lo hace de un modo elíptico en una historia post apocalíptica surrealista, suerte de cruce argumental entre las distopías de la revista Metal Hurlant y el énfasis aventurero de las clásicas historietas de la Edad de Oro del cómic (si tal mezcla es posible). El surrealismo impregna el relato y también el apartado gráfico (porque el dibujo, en el buen cómic, es puro relato, y aquí estamos ante un muy buen cómic).
Dos supervivientes de un fin del mundo de aspecto semi animal, medio humano (curioso, me hace pensar en mitología griega, el ardid) cruzarán un desierto post atómico (o post-algo, la obra es abierta respecto al contexto) en busca de “el Autor” para que cambie el cuento. Recurso nada novedoso, pero sí lo es la forma arrebatada, la plasticidad de las páginas de Natalia Velarde, recargadas de texturas pictóricas, orgánicas y sin viñetas, saturadas de textos en diálogos imposibles. Solo al final la autora se vuelve explícita y nos explica el fondo que alimenta a la enorme metáfora que acaba de construir. ¿Acierta al hacerlo tan explícitamente? En todo caso logra una implicación emocional profunda en el lector, la cual pervive al cerrar el tomo y devolverlo a la librería. Lo hace porque se desvela íntimo y trascendente, y también porque sus imágenes, de dinamismo cartoon salvaje y colorido febril nos han impregnado como pocas en 2025.
Dibujo del natural, de Jaime Hernandez (la Cúpula, 2025, traducción de Lorenzo Díaz)
Jaime Hernandez lleva contando la vida de un barrio estadounidense desde 1982. Cuarenta y tres años. Es la obra de una vida, a la que se añade Dibujo del natural, una novela gráfica que reúne nuevas historias a una suerte de cómic-culebrón que a estas alturas se nos antoja infalible: este enorme carrusel costumbrista no ha hecho más que crecer y crecer en calidad y no se agota. Tampoco nuestras ganas de volver a sus historias. Hernandez parece haber sabido ver que a estas alturas de la obra convenía una doble estrategia: mantenerse en un rango de calidad altísimo apuntalando su modo de entender los cómics, y buscar salidas argumentales a su folletín. Y ambas llegaron a través de nuevos personajes que refrescaron la cosmología de Locas (así se llama a la saga, con el título genérico de sus primeras historias) en las siguientes entregas, nuevas historias que de momento desembocan en este último libro.
Dibujo del natural mantiene los signos de estilo de Jaime Hernandez: una narración fluida a través de páginas de diagramación sencilla; un dibujo superlativo que hace de la economía y del «menos es más” un principio absolutamente eficaz para el arte del cómic; una capacidad para lanzarse a la caricatura como recurso dramático y/o cómico; unos diálogos superlativos, y nos vamos a dejar caer en el lugar más común de las características de este autor, porque sí, sus personajes vuelven a transmitir un verismo, una magia de «vida real», como pocas ficciones nos transmiten.
Jaime Hernandez perpetúa su capacidad artística para explicarnos la vida tal y como él la entiende, y esta vez de un modo fascinante a través del crossover entre sus personajes más icónicos —los que llevan protagonizando la serie desde su número uno— con la nueva savia, concretamente la fascinante Tonta (sic), hermanastra de Vivian Solis, otra actriz importante en esta serie. Y así, el contraste entre una adolescente (sensible, con cierta tendencia a la ira, amiga de sus amigas, con follones familiares) y la versión madura, serena incluso, de una Maggie que prácticamente conocemos desde la edad que ahora tiene Tonta, se resuelve en otro momento impregnado de magia y vida cotidiana.
Sumemos que Dibujo del natural nos parece un momento perfecto para engancharse a la serie ya que prácticamente los personajes vuelven a ser presentados, tanto los históricos como los nuevos, para que el lector ocasional pueda zambullirse en esta instantánea de encuentros generacionales, y hasta enamorarse de todas las Locas (y locos) que pueblan, han poblado y esperemos poblarán la imaginación y la sensibilidad de Jaime Hernández.
El caso David Zimmerman, de Lucas Harari y Arthur Harari (Astiberri, 2025, traducción de Rubén Lardín)
Publicitada, porque así es, como obra del coguionista de la magnífica película Anatomía de una caída (Justine Triet, 2023), esta novela gráfica plantea un thriller sobrenatural donde tras un encuentro sexual dos personas intercambian cuerpos. David Zimmerman, fotógrafo treintañero solitario y taciturno, se encuentra encerrado en el cuerpo de una mujer a la que había visto, fugazmente, tiempo atrás. Tras un encuentro sexual, al despertar él lo hace en el cuerpo de ella, y el cuerpo de David ha desaparecido.
Inicio para una trama casi detectivesca planteada como búsqueda hitchcockiana en la que antes que una solución nos interesan las preguntas que surgen. Las profundas, no las superficiales: los autores no abren el melón de las obviedades de tener a un hombre encerrado en el cuerpo de una mujer, sino que plantean la soledad, la pérdida de todos tus seres queridos (¿quién te va a creer de tu entorno si te presentas en el cuerpo de otro, de otro sexo incluso?), la identificación de uno con un cuerpo, la imposibilidad de sentirte completo en otro “cascarón”. El final (que obviamente no revelaremos) introduce más incógnitas, abundando en la fascinación de aquellas preguntas y abriendo la respuesta a nuevos interrogantes.
Para esta trama, que en ocasiones se alambica gratuitamente, los hermanos Lucas y Arthur Harari optan por un estilo de cómic alternativo con claras reminiscencias norteamericanas: al canadiense Seth y el americano Daniel Clowes. Salvando distancias, cabe decir que con ambos referentes lo que se obtiene es un cómic de personajes bien definidos, ritmo sosegado y acabado elegante. Con un profundo sentido de la página como el lugar en que imprimir ritmo, tensión, quietud… así como con un color narrativo (a medida que avanza la acción se va acentuando en la paleta cromática el dominio de los tonos azules, muy expresivamente). Y así la forma redondea un producto ideal para estos días de canícula: engancha, el ritmo es eficaz, es misterioso, irreal y a la vez cargado de profundas preguntas sobre el “yo”.
Batería de propuestas
Estos cuatro títulos se nos antojan perfectos para leer estos días de estío pero por supuesto los últimos meses han ofrecido muchas más obras recomendables. El humor costumbrista de Dolores y Lolo. ¡Fin de fiesta! de Mamen Moreu (Astiberri); el salvaje humor agresivamente underground de Dave Cooper en Muérdete la lengua; el viaje al horror paranormal en Spectregraph (Norma) de James Tynion IV y Christian Ward; la premiada Contrapaso 2, de Teresa Valero (Norma); Anzuelo, de la gallega Emma Ríos (Astiberri); la experimentación con tintes de fábula oscura El rey medusa de Brecht Evens (Astiberri) o la nueva obra de de Nadia Hafid, Mal olor (Apa Apa), como siempre combinando el cuidado formal de raíz alternativa con un mensaje social y casi diríamos político.