A menudo la magia se reduce a trucos de salón relucientes o producciones hiperproducidas al estilo cinematográfico de turno, pero Dani García opera en las grietas, en el espacio donde el asombro nace de la proximidad y no de la pirotecnia. El mago ferrolano, que en 2022 se coronó campeón mundial de magia de calle en el Master of Magic World Convention de Turín con su show Don Gelati, regresa a Vigo con TIN, una de las piezas que lo catapultaron a la escena internacional. Este 25 de octubre, a las 17:00 horas, el Auditorio del Centro Cívico de Teis acogerá su gira nacional, un desvío necesario en una trayectoria que ha zigzagueado por China, EE.UU., Francia, Asia, Italia y Portugal. Entradas a 10 euros online en Giglon o 12 en taquilla, un precio que refleja la esencia accesible de su arte: no elitista, sino para bolsillos y almas abiertas.
García, forjado en la tradición gallega de inventores de lo efímero (ese linaje de malabaristas y titiriteros que pueblan los festivales de rúa como el de Narón o el Intercéltico de Ortigueira), no busca el gran escenario de Las Vegas. Su magia es un artefacto portátil, un ready-made ilusionista que dialoga con el público como si fuera una extensión de su propia piel. TIN encaja en ese patrón: un espectáculo de una hora diseñado para devorar la frontera entre artista y espectador, donde la calle se filtra en el auditorio y viceversa.
El viajero desarraigado
Imagina un protagonista perdido, recién aterrizado de algún pliegue exótico del tiempo o el espacio, varado en el «aquí y ahora» con un arsenal de lenguas muertas y trucos que desafían la física cotidiana. Así arranca TIN, el nuevo tour de García: un coleccionista lingüístico que navega por imposibles con la tenacidad de un inventor renacentista. «No hay imposibles que se resistan a una persona ingeniosa», parece susurrar el mago, donde una idea simple en manos obstinadas basta para torcer el mundo. Es magia inventiva, teñida de clown personal, que invita a participantes de cualquier edad a subirse al escenario desde niños con ojos como platos a adultos escépticos convertidos en cómplices involuntarios.
En TIN, García no recurre a la grandilocuencia; su arsenal son los objetos cotidianos que mutan en portales, palabras que se enredan en nudos imposibles, risas que estallan como fuegos artificiales caseros. Es un eco de su victoria en Turín, donde Don Gelati (ese carrito de helados maldito que se desmorona en infortunios mágicos) le valió el oro por su «originalidad y carisma en escena». Pero TIN va más allá: es un manifiesto contra la resignación, un recordatorio de que la ilusión florece en la precariedad, no en el presupuesto millonario.
De Ferrol a los escenarios globales
García no es un novato que tropezó con la fama; su currículo es un tapiz de competencias y giras que lo han llevado de los Michigan Magic Day a los close-up contests de St. Louis, pasando por el TAO M Texas. En 2008, fundó Symbiosis Produccións junto a su compañero Marttyn Andersen, un laboratorio para espectáculos como Gadalka o O Museo Encantado, este último, estrenado en mayo de 2022, un «museo viviente» donde el público interactúa con ilusiones como si fueran reliquias encantadas. TIN se suma a ese repertorio.
Lo que distingue a García de la plétora de ilusionistas es su arraigo en lo local sin caer en el folklorismo. Nacido en Ferrol, su humor es ese gallego irónico (seco como un raxo, punzante como un chiste de feira), pero global en su alcance. Ha actuado en festivales asiáticos donde la barrera idiomática se disuelve en un gesto, y en EE.UU. donde su acento se convierte en parte del encanto. En Vigo, TIN aterriza como un retorno: no un mero paso de gira, sino un diálogo con una audiencia que entiende la magia como resistencia cotidiana, como el arte de inventar esperanza en tiempos de mareas bajas.
Magia para la era del scroll: aplausos, risas y bocas abiertas
En un mundo saturado de filtros y realidades virtuales, TIN reclama lo táctil: una hora donde los aplausos se entremezclan con carcajadas y suspiros de incredulidad, donde el truco no es un like efímero, sino un recuerdo que se graba en la retina. Pensado para familias –padres desconcertados, niños convertidos en mini-ilusionistas–, el show en el Auditorio de Teis promete esa catarsis colectiva que la magia callejera ofrece mejor que nadie: la suspensión de la incredulidad no como escape, sino como afirmación de lo posible.