La economía alemana parece haber pisado el freno tras una larga etapa de incertidumbre. Con una tímida subida del 0,2 % en el primer trimestre de 2025, según cifras oficiales de la Oficina Federal de Estadística de Alemania, Destatis, el país ha evitado por poco encadenar una nueva recesión técnica. El dato no es para tirar cohetes, pero sí lo suficientemente relevante como para preguntarse: ¿está empezando a cambiar algo en el corazón económico de Europa?
Después de meses en los que las previsiones parecían más una colección de malas noticias que un verdadero diagnóstico de futuro, la sensación general es que Alemania ha tocado fondo. Pero tocar fondo no significa necesariamente haber rebotado con fuerza.
La inflación se modera, el consumo doméstico se anima tímidamente y las exportaciones se estabilizan, aunque sin grandes alardes. Y mientras tanto, los mercados financieros lanzan señales cruzadas: el DAX 40, que agrupa a los gigantes cotizados alemanes, mantiene una línea ascendente moderada. No es una euforia bursátil, pero sí un reflejo de que las grandes empresas alemanas no se han dejado arrastrar del todo por la parálisis económica nacional.
No se puede hablar de recuperación todavía. Y, si la hay, será lenta, porque Alemania, además de arrastrar los efectos de la crisis energética derivada de la guerra en Ucrania, tiene por delante una transformación de fondo: su modelo económico, basado durante décadas en la exportación de bienes industriales, ya no parece tan infalible.
Un modelo que pide revisión
Durante años, Alemania fue el ejemplo perfecto de cómo la industria, el ahorro y la previsión podían sostener una economía robusta. Pero en los últimos tiempos, ese guion ha empezado a perder eficacia. El frenazo de China, uno de sus principales clientes, y la necesidad urgente de reducir la dependencia energética del exterior han dejado en evidencia las costuras del modelo alemán.
El envejecimiento de la población, además, limita la capacidad de renovación del mercado laboral y obliga a repensar el sistema de pensiones. No es casual que la productividad esté estancada y que cada vez más empresas adviertan de las dificultades para encontrar personal cualificado.
Por eso, lo que hoy ocurre en Berlín, Múnich o Fráncfort no es un bache cíclico, es un cruce de caminos. O se acelera la modernización del tejido productivo, con inversiones reales en digitalización, renovables y educación, o el motor que tira del resto de Europa seguirá gripado durante más tiempo.
Y aunque pueda parecer una historia lejana, lo que pase en Alemania tiene implicaciones para muchas ciudades del sur de Europa, incluidas Vigo y su área metropolitana. La industria automotriz gallega, por ejemplo, no es ajena a los vaivenes de las grandes marcas alemanas. La ralentización de pedidos, la incertidumbre en las cadenas logísticas y los cambios en las prioridades del mercado europeo repercuten directamente en la actividad de sectores como la automoción, el metal o los componentes electrónicos.
Además, si la locomotora europea pierde fuerza, lo notará toda la eurozona. Y es que, según señalaba en sus informes la Comisión Europea, el crecimiento del bloque será escaso y dependerá, en buena medida, de que Alemania salga del atasco.
Inversiones desde Berlín para impulsar la economía alemana
En marzo de 2024, el gobierno de coalición liderado por Scholz aprobó la «Ley de Oportunidades de Crecimiento», un paquete de estímulos fiscales valorado en 3.200 millones de euros anuales. Esta ley tenía como objetivo principal mejorar la competitividad de Alemania mediante incentivos fiscales a la inversión, especialmente para pequeñas y medianas empresas. Entre las medidas incluidas se encontraban rebajas fiscales, reducción de trabas burocráticas y ampliación de incentivos fiscales a la investigación y desarrollo.
Tras las elecciones de febrero de 2025, estas iniciativas de inversión en infraestructuras han sido continuadas y ampliadas por el nuevo gobierno liderado por Friedrich Merz.
En este contexto, el crecimiento del 0,2 % en el primer trimestre ha sido acogido con alivio, pero también con prudencia. Es un dato que permite respirar, aunque no es posible cantar victoria acerca de los resultados de las medidas adoptadas por los diferentes gobiernos hasta ver su evolución en el tiempo. Y es que al final la cuestión no es solo si Alemania crecerá, sino cómo lo hará y a qué coste.
Una recuperación sólida exige algo más que ajustes fiscales o estímulos puntuales. Implica voluntad política para asumir reformas profundas, valentía empresarial para innovar sin depender del pasado y una ciudadanía que entienda que el bienestar a largo plazo pasa por adaptarse a nuevas realidades.
Para quienes seguimos la actualidad económica desde fuera de Alemania, lo que ocurra en ese país no puede verse como un fenómeno ajeno. Vigo, Galicia y toda España están conectadas a ese engranaje. Por eso, en esta etapa de cambios, conviene mirar de cerca lo que ocurre en Fráncfort… no solo en el Parlamento, sino también en el parqué del DAX 40, que muchas veces actúa como barómetro adelantado de los tiempos que vienen.