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    Píldoras de la historia

    La primera expedición que llegó al Polo Sur

    Se cumplen hoy 109 años del aviso público realizado por el explorador Roald Amundsen del hecho de haber alcanzado el Polo Sur por primera vez en la historia
    Gabriel Romero de Ávila por Gabriel Romero de Ávila
    07 de Mar, 2021
    en Actualidad
    0
    La primera expedición que llegó al Polo Sur

    Base Franheim en la bahía de las Ballenas (ilustración obra de Andreas Bloch).

    Se cumplen hoy 109 años del aviso público realizado por el explorador Roald Amundsen del hecho de haber alcanzado el Polo Sur por primera vez en la historia. Su hazaña había tenido lugar el 14 de diciembre de 1911, pero nadie lo supo hasta tres meses después, cuando los exploradores llegaron a Australia y a partir de ese momento se hicieron inmortales. Pese a lo grandioso del hecho, este no habría de ser el primero ni el último de los logros que conseguiría el noruego.

    Nació en 1872 en Borge, una pequeña localidad costera de unos seis mil habitantes en el condado de Østfold. Este lugar de colinas bajas, bosques densos y astilleros navales a orillas del fiordo de Oslo marcaron la vida del joven Roald, hijo de un capitán de Marina y además un muchacho deseoso de aventuras. Cuentan que en esa época asistió a una conferencia del aventurero, explorador y héroe nacional de Noruega Fridtjof Nansen, que en 1889 había realizado una travesía formidable a lo largo de Groenlandia, primero en barco y después con esquíes, al quedar atrapado en el hielo su enorme navío. Ese preciso día, Amundsen decidió que él iba a ser la primera persona en alcanzar el Polo Norte. Tuvo, al acudir a aquella charla, una conciencia precisa de a qué quería dedicar su futuro. Su madre, en cambio, intentó que estudiara Medicina y llegó a matricularse de los primeros cursos. Pero ella murió cuando Amundsen solo tenía veintiún años y entonces se dio cuenta de que estaba negando quién era realmente. Él no quería ser médico y nunca habría desempeñado la profesión con gusto. Ese mismo año se enroló en una tripulación de cazadores de focas y ya nunca dejó de navegar.

    En 1897 se unió como segundo capitán a la expedición del conde Adrien de Gerlache, quien, a bordo del navío Bélgica, recorrió la Antártida durante dos años y dio lugar a la primera invernada antártica de la historia de la humanidad. Nadie se había enfrentado antes al terrible clima del continente helado, y menos en las condiciones de escasez y falta de previsión con que ellos viajaban. Más tarde reconocieron que no estaban preparados para semejante horror: ni disponían de ropas de abrigo, ni de alimentos para todos, ni de un casco equipado para resistir el hecho de quedar atrapados en el hielo durante meses —a pesar de que habían contado con el testimonio directo y cercano de Fridtjof Nansen y el conocimiento de su barco, el Fram—. El resultado fue la presencia de hambruna, escorbuto, locura y congelación. El médico de la expedición, el norteamericano Frederick Cook, logró por lo menos que hubiera diecisiete supervivientes a base de que se alimentaran de focas y pingüinos que cazaban, y Amundsen fabricó ropas de abrigo con la piel de los animales. A finales de 1899, atracaron en Amberes y presentaron sus hallazgos ante la Sociedad Geográfica Belga y el propio rey Leopoldo II, que los había apoyado desde el principio —el mismo rey que ordenó el genocidio en el Congo y que aquí seguía con sus ansias expansionistas y de aprovechamiento de los recursos naturales—. La expedición de De Gerlache obtuvo una gran cantidad de datos cartográficos de la Antártida, y el propio conde y el médico del navío contaron sus experiencias en sendos libros. El capitán incluso obtuvo por este viaje el premio de la Academia de las Ciencias francesa.

    Pero Amundsen no estaba satisfecho y continuaba con su sueño de alcanzar el Polo Norte. En 1901 compró un velero dedicado a la caza de focas, el Gjøa, y lo equipó para una expedición al Ártico que encabezó él mismo. La travesía se prolongó desde 1903 hasta 1906 y se convirtió en la primera vez en que un barco lograba atravesar el llamado paso del Noroeste, es decir, la comunicación marítima entre el Atlántico y el Pacífico por medio del Ártico y bordeando Norteamérica. La situación fue terrible, con un incendio que por poco los envía al fondo del mar, pero, con mucho esfuerzo, pudieron completar su ruta y de paso localizar con exactitud el polo norte magnético. En ese tiempo, Amundsen aprendió mucho del pueblo esquimal y del uso de perros para tirar de los trineos, lo que habría de serle muy útil en el futuro. A finales de 1906, el Gjøa llegó a San Francisco, donde quedaría expuesto hasta 1972 para después navegar de regreso a Noruega. En la actualidad se encuentra en el museo del Fram, en Oslo, como muestra del formidable viaje que realizó.

    El noruego se convirtió en un héroe nacional, agasajado incluso por el rey Óscar II. Sin embargo, poco después de eso se llevó una desagradable sorpresa: Frederick Cook, el médico junto al que había servido en el navío Bélgica, declaró en 1908 haber alcanzado el Polo Norte; y un año después hizo lo mismo el norteamericano Robert Edwin Peary, sin que a día de hoy se tenga muy claro todavía quién de los dos fue el primero o si realmente llegó alguno. Pero para Amundsen eso daba lo mismo: su sueño de juventud se había esfumado. El ideal del Polo Norte ahora pertenecía a otros.

    Entonces, ¿qué podía hacer? Pronto se dio cuenta de que aún le quedaba una esperanza: si no podía ser el primero en alcanzar el Polo Norte, haría lo mismo en el Polo Sur. Al fin y al cabo, ya conocía bien aquellas aguas y la hazaña podía considerarse igualmente inalcanzable. Además, para ese viaje en concreto se hizo con el Fram, el famoso navío del aventurero Fridtjof Nansen, su héroe de juventud. El Fram, a diferencia del Gjøa o del Bélgica, en los que había realizado sus anteriores viajes, no era un buque pesquero adaptado a las condiciones del frío, sino que había sido diseñado a propósito por el arquitecto naval Collin Archer con la intención de recorrer el Ártico. Por este motivo, su aislamiento permitía a la tripulación sobrevivir a las bajas temperaturas y su casco especial lo protegía del efecto del hielo, y así había resultado perfecto para la expedición de Nansen —entre 1893 y 1896—, y para la de Otto Sverdrup —entre 1898 y 1902—.

    Roald Amundsen.

    Sin embargo, Amundsen no estaba seguro de que los inversores de su proyecto apoyaran el cambio de destino. Por aquel entonces, los británicos llevaban las de ganar en la desenfrenada carrera por alcanzar el Polo Sur, gracias a los avances en la materia ocasionados por la expedición Discovery de Robert Falcon Scott y Ernest Shackleton ⸺que transcurrió entre 1901 y 1904⸺ y por la expedición Nimrod de Shackleton en solitario ⸺entre 1907 y 1909⸺. Ninguna de las dos había alcanzado propiamente el Polo Sur, pero ya parecía algo inevitable. La opinión pública daba por hecho que esto sucedería en la llamada expedición Terra Nova, que dirigió Robert Falcon Scott en 1910.

    Por eso Amundsen decidió ocultar al mundo cuál era su verdadero objetivo. Obtuvo fondos del Parlamento noruego, del propio rey Haakon VII y de inversores privados, y se aprovisionó con todo lo que había aprendido a lo largo de su vida de explorador: esquíes, ropas de abrigo elaboradas con piel de foca y trineos tirados por perros. Acumuló comida suficiente para evitar el escorbuto y hasta se hizo con un gramófono para distraer a la tripulación y prevenir la locura.

    De este modo, el Fram zarpó el 9 de agosto de 1910 y un mes después se encontraba en Madeira, donde finalmente le contó a la tripulación cuáles eran sus verdaderos planes. La sorpresa fue enorme, pero todos, uno por uno, manifestaron su deseo de acompañarlo en la aventura, de modo que enseguida pusieron rumbo hacia el sur y, de paso, enviaron un telegrama muy significativo a Australia.

    Por su parte, Robert Falcon Scott había partido de Cardiff, en Gales, el 15 de julio a bordo del navío Terra Nova, que daría nombre a la expedición. En octubre llegó a Melbourne, Australia, donde recibió el telegrama de Amundsen, que decía: «Me permito informarle de que el Fram va camino a la Antártida». Scott entró en cólera por la noticia y envió aviso a Europa de lo que estaba sucediendo. Británicos y noruegos criticaron de un modo parecido el secretismo de Amundsen y la financiación pública desapareció. Pero el Fram continuó su viaje sin enterarse de esto y, en enero de 1911, los exploradores establecieron su base principal en la bahía de las Ballenas, el punto de mar abierto situado más al sur de todo el planeta. A partir de ahí solo encontrarían hielo, concretamente se iban a topar de bruces con la barrera de Ross, una amplia llanura de hielo flotante de más de 600 kilómetros de largo. Allí montaron su refugio, al que llamaron Framhein ⸺«la casa del Fram»⸺. Se trataba de una de las primeras viviendas prefabricadas de la historia, una cabaña de madera que habían transportado en piezas y que luego montaron en poco tiempo en la bahía para que albergase el equipo científico, el alimento y las ropas de abrigo.

    En febrero apareció allí el Terra Nova, el navío de Scott. La relación entre ambas tripulaciones fue tensa y desconfiada, ya que Amundsen aún pretendía sacarles ventaja y robarles el mérito de la conquista del Polo Sur. El plan era sencillo: debían establecer una serie de almacenes con provisiones abundantes para tratar de llegar a su destino durante el verano. Las dos expediciones se separaron y cada uno procuró trabajar lo más deprisa posible. Scott tenía en su bodega unos trineos motorizados que le habrían concedido la victoria, pero el estado del hielo no le permitió usarlos. Por su parte, Amundsen utilizó perros para guiar los trineos, tal y como hacían los esquimales, y a diferencia de los caballos con los que contaban los británicos.

    En abril se hizo de noche y no volvió a asomar el sol en cuatro meses. El noruego ya conocía ese fenómeno, que había enloquecido a la mayor parte de los marinos del Bélgica en su primera expedición. Pero logró mantener activos a sus hombres, salvaguardar la cordura y planificar su misión cuando mejorara el tiempo. En septiembre se pusieron en marcha, pero con escasos éxitos, de modo que tuvieron que posponer la marcha definitiva hasta octubre. La travesía resultó mucho más dura de lo esperado. Sus vidas corrieron peligro y tuvieron que matar a muchos de sus perros para alimentarse, pero consiguieron alcanzar el Polo Sur el 14 de diciembre de 1911. Clavaron allí la bandera de Noruega, realizaron numerosos estudios científicos y levantaron una tienda con una carta para Scott.

    El Fram, el barco de Amundsen.

    La expedición británica llegó al mismo punto un mes después y confirmó con desánimo que los noruegos se habían adelantado. No solo eso, sino que el propio Scott y su equipo más cercano murieron tratando de regresar del Polo Sur, víctimas de la desnutrición, el escorbuto, la gangrena y una tormenta de nieve como no habían visto jamás.

    Amundsen volvió al Framhein el 25 de enero de 1912, embarcó cinco días después en el Fram ⸺que durante el tiempo de la expedición había estado en Buenos Aires cargando provisiones⸺ y, con una prisa demencial para que no se les adelantaran, puso rumbo a Tasmania, donde atracó el 7 de marzo. Ese fue el día que cambió la historia del Polo Sur, ya que de inmediato envió telegramas a Noruega para notificar su hazaña. La historia dio la vuelta al mundo y le otorgó la fama que merecía, aunque algunos criticaron con vehemencia que no hubiera avisado a Scott de sus intenciones hasta que fue demasiado tarde. La muerte del británico lo convirtió en un mártir de la exploración y oscureció un tanto la proeza de Amundsen.

    Pero nada podía detener al noruego. En 1918 trató de recorrer nuevamente el paso del Noroeste, esta vez con un barco que diseñó y encargó fabricar de cero, pero no tuvo tanto éxito. En 1925 lideró la primera expedición que recorrió el Polo Norte en avión ⸺su viejo sueño de niñez, que vio cumplido al fin⸺, y un año después lideró la primera en hacerlo en dirigible junto al ingeniero italiano Umberto Nobile.

    Al final, el Polo Norte le costó la vida. En 1928, su compañero Nobile se perdió en esa región durante un viaje que lideraba en solitario y Amundsen participó en las tareas de búsqueda a bordo de un hidroavión. Por desgracia, nunca se volvió a saber del noruego, mientras que Nobile pudo ser rescatado.

    Desde 1936, el museo del Fram, en Oslo, ofrece un recorrido por las hazañas de este viajero y otros igual de significativos, además de mostrar los restos del navío que llegó al Polo Sur. El Gobierno de Noruega decretó un recuerdo honorífico a la memoria de Amundsen cada 14 de diciembre, el día en que este hombre sin miedo alcanzó, por primera vez en la historia, el confín más alejado de la Tierra.

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    Tags: Píldoras de historiaRoald Amundsen

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