El mirador del Paseo de Alfonso XII, en la ciudad de Vigo, sigue siendo un punto de reunión tanto para propios como para foráneos. Sobre todo al atardecer de los días soleados, cuando los colores de la puesta de sol casi resultan mágicos e invitan a la ensoñación. A esas horas de la tarde a veces coinciden los gigantescos cruceros abandonando del puerto hacia nuevos destinos, cruzándose con barcos de pesca y de transporte de la ría que a su lado parecen diminutos. Son tan grandes que asemejan poblaciones flotando sobre las aguas camino del horizonte. Desde la balconada del Paseo de Alfonso XII, el anochecer invita a soñar con algún viaje a los confines del mundo. Soñar no cuesta nada.






















