Hartazgo. Mucho hartazgo es el que expresan los alumnos del CIFP Manuel Antonio, obligados a recibir clases con un ruido infernal procedente de las obras que en esas instalaciones educativas se llevan a cabo en este momento.
Los alumnos incluso han medido el ruido. Lo han hecho con las aplicaciones de teléfonos móviles, que no son fiables para mediciones profesionales, como lo son los sonómetros, pero sí resultan útiles para hacerse una idea del ruido ambiente. Y ese ruido ronda en muchas ocasiones en torno a los cien decibelios.
Cien decibelios es, por ejemplo, el ruido aproximado que genera una motocicleta, o un vehículo todoterreno, o un cortacésped. O también el ruido que genera un taladro, herramienta que con alta probabilidad estén utilizando los obreros que durante las últimas semanas se han afanado en arreglar las cubiertas del centro educativo. Según la aplicación que los alumnos usaron para medir el ruido, en el interior del aula había uno equivalente al que hace un secador de pelo o un restaurante especialmente ruidoso.
Tratar de entender al profesor no es siempre una tarea sencilla, como ha experimentado todo el mundo. Hacerlo con un sonido equivalente al de un taladro en el interior del aula es prácticamente imposible. Y los alumnos no aguantan más.
«Es insostenible», dice una alumna de laboratorio clínico y biomédico, que en este caso hace de portavoz de muchos otros compañeros. Los alumnos denuncian que llevan desde septiembre con obras. Que cuando comenzó el curso, el 8 de septiembre, los enviaron de nuevo a casa y que no tuvieron clases presenciales hasta el 30 de septiembre. Esos días de educación a distancia no resultaron muy productivos, sobre todo para quienes necesitan del laboratorio, afirman
Primero les dijeron que las clases presenciales se reiniciarían el 15 de septiembre, después que lo harían el 30, y las condiciones en las que lo han hecho no son las mejores para estudiar.
Los estudiantes de Química se han visto muy afectados por el polvo en suspensión que hay en el centro a causa de las obras. Tanto que hay alumnos que han tenido que recurrir a mascarillas. El pasado 22 de septiembre, cuentan los alumnos, cayó una claraboya en el edificio de Textil, en el que había alumnos en el interior en ese momento. Afortunadamente nadie salió herido. Los laboratorios están, de momento, clausurados, lo que afecta a la calidad docente, y los alumnos no tienen noticia de cuando se reabrirán. Tampoco saben cuándo terminarán las obras.
De todos los alumnos, los más afectados, ahora mismo, son los de Hostelería y los de Laboratorio clínico y biomédico, pero los estudiantes afirman que no se va a librar nadie, al fin y al cabo la Consellería de Educación está cambiando las cubiertas de todo el centro.
Desde dirección, a la que han consultado los alumnos, no les dan respuesta. Ni siquiera un aula alternativa, menos ruidosa. No hay espacio disponible, les dicen. «Los ruidos son muy elevados y no se puede dar clase, estamos en un aula en la que están levantando el techo con el peligro de que puedan caer cascotes o cualquier cosa de estas, y el polvo habiendo personas asmáticas y demás. Y no nos mueven de aula porque dicen que no hay libres», se quejan los alumnos.
Lo que los estudiantes querrían es que las obras se realizasen fuera del horario lectivo. También, que se aumentase el personal de limpieza porque ahora mismo, aseguran, está todo muy sucio.
Desde Vigoé hemos preguntado a la Consellería de Educación, entre otras cosas, cuándo van a terminar las obras o si la Consellería y la dirección han estudiado la posibilidad de que se imparta clase en otro lugar mientras duran, pero de momento no hemos obtenido respuesta.