En las aguas serenas de la Ría de Vigo, donde el Atlántico susurra secretos ancestrales, ha atracado un invitado inesperado: el velero Oihonna, un ketch de acero de diseño noruego que evoca las leyendas de los rescatistas del siglo XIX.
Procedente de las frías costas suecas, esta embarcación de 13,7 metros de eslora no es solo un medio de transporte, sino un testimonio vivo de la resistencia humana frente a la deriva del mundo contemporáneo.
Su tripulación, un grupo de «viejos lobos de mar» treintañeros, ha elegido el mar como refugio ante un continente que, en sus palabras, «camina hacia atrás». Su paso por las Islas Cíes, ese archipiélago de playas vírgenes y senderos olvidados, ha encendido un destello de admiración local, recordándonos por qué el mar sigue siendo el último bastión de la libertad.
De Gotemburgo a Vigo: el renacer de un clásico
El Oihonna no es un velero cualquiera. Inspirado en los robustos Colin Archer, esos barcos noruegos forjados para domar tormentas en el Mar del Norte, este ketch de acero representa la esencia de la náutica tradicional: duradero, sin concesiones al lujo moderno, pero rebosante de carácter. Construido para perdurar, ha navegado bajo nombres como Ingrid o Tarsia III antes de adoptar su actual bautismo, un guiño a la aventura pura. En septiembre de 2025, zarpó de Gotemburgo con un ambicioso itinerario: cruzar el Atlántico hacia Centroamérica y regresar a Europa en la primavera de 2026. «Es hora de nuevas aventuras, nuevas caras y un poco de sangre fresca sobre el teca gastado de nuestra amada Oihonna», proclama el manifiesto de la tripulación en su perfil de Instagram, un diario visual que ha cautivado a miles de seguidores con imágenes de horizontes infinitos y reflexiones crudas sobre la vida a bordo.
La ruta no es un capricho estacional, sino un acto de rebeldía. «Mientras el mundo tropieza e involuciona, hemos decidido hacer lo mismo», explican estos navegantes, autodenominados «perros viejos» o «piratas probados del mar». Rechazan la «tierra seca con el estado en que se encuentra» y optan por las olas como terapia contra la inestabilidad global. Su llegada, hace un par de días a la Ría de Vigo, marca el primer alto en una travesía que ya ha surcado el Báltico y las costas portuguesas. Aquí, en el corazón de Galicia, el Oihonna ha encontrado un respiro inesperado, un paréntesis de calma antes de la gran travesía oceánica.
Las Islas Cíes: un paraíso subestimado que asombra a los nórdicos
Pocos esperaban que un velero sueco descubriera las delicias ocultas de las Islas Cíes, ese tesoro natural del Parque Nacional Marítimo-Terrestre de las Islas Atlánticas, con sus playas de arena blanca y aguas turquesas que rivalizan con las del Caribe. La tripulación del Oihonna confiesa su sorpresa ante esta joya gallega, un secreto a voces entre marineros locales pero ignorado por el gran turismo. «No sabíamos mucho sobre este archipiélago antes de venir aquí», admiten en nuestra conversación. «Habíamos oído de algunos marineros en nuestro círculo de amigos que era una costa genial, pero honestamente hemos quedado impactados por la belleza de esta zona. Al menos una vez al día nos hemos preguntado por qué no se oye más sobre esta parte del mundo, especialmente entre los navegantes».
En sus breves días de estancia (apenas unos cuantos antes de continuar rumbo sur), el Oihonna ha explorado el archipiélago con la curiosidad de un cartógrafo renacentista. Han realizado dos caminatas memorables hasta el momento. La primera, al faro de Monteagudo en la Isla do Faro, les ha dejado una huella imborrable. «Fue realmente genial y logramos hacerlo antes del primer ferry del día, así que estábamos completamente solos en la ruta», relatan. Imagina el silencio absoluto: el rumor de las olas contra las rocas, el viento salino azotando las dunas, y un grupo de nórdicos, curtidos por mares más hostiles, deteniéndose a contemplar un horizonte que parece pintado por Turner. Estas caminatas no son meros paseos; son rituales de conexión con un paisaje que, en palabras de la tripulación, «choca» por su pureza intacta.
La Ría de Vigo, con su mosaico de viñedos en las laderas y su bullicio pesquero en la bahía, ha servido de telón de fondo perfecto. Anclado frente a las Cíes, el Oihonna ha sido testigo de la danza diaria de las ferry, barcos de pesca y delfines, integrándose en un ecosistema que late al ritmo de las mareas. Para nosotros, acostumbrados a veleros de paso apresurado, esta visita evoca un romanticismo perdido: el de los navegantes que no conquistan, sino que se dejan conquistar por el lugar.
Rumbo al Atlántico: Canarias, Centroamérica y el regreso triunfal
El idilio con esta esquina del mundo será fugaz. Mañana, el Oihonna levará anclas hacia Porto, donde un nuevo tripulante se unirá a la singladura. «Vamos bajando por la costa para luego navegar a las Canarias y cruzar el Atlántico a finales de noviembre», nos detallan con una voz cargada de ilusión. El gran plan es ambicioso: invernar en Centroamérica, tocando puertos en Colombia, Honduras y México, antes de emprender el retorno a Europa en la primavera próxima. «Nuestra gran ruta es navegar a Centroamérica este invierno y luego volver a Europa la próxima primavera», confirman, con esa mezcla de pragmatismo escandinavo y entusiasmo contagioso.
Esta travesía no es solo geográfica; es una declaración de intenciones. En un mundo de vuelos low-cost y turismo masificado, el Oihonna representa la náutica lenta, la que mide el tiempo en nudos y no en horas. La incorporación de «sangre fresca» (un nuevo miembro de la tripulación) inyecta vitalidad a un equipo que ya ha domado temporales en el Báltico. Sus planes incluyen reparaciones en las Canarias, ese eterno trampolín atlántico, y luego la gran zancada oceánica, donde el ketch demostrará por qué los Colin Archer fueron legendarios en rescates imposibles.
Voces del mar: «El mar es nuestro refugio ante la deriva del mundo»
Lo que hace singular al Oihonna no es solo su casco de acero, sino las voces que lo habitan. En su correspondencia, la tripulación destila una filosofía que trasciende la mera navegación. «¿Quién en su sano juicio elegiría la tierra seca con el estado en que se encuentra? ¡No nosotros!», proclaman con humor irónico, un eco de los piratas que leen Melville en cubierta. Su fascinación por las Cíes subraya una crítica sutil al turismo depredador: «¿Por qué no se habla más de esta costa entre los marineros?», se preguntan, abogando por un descubrimiento responsable que preserve su magia.
Estas declaraciones, directas y sin filtros, humanizan una aventura que podría parecer sacada de una novela de Conrad. El Oihonna no busca fama; busca horizontes. Cuando el Oihonna se aleje hacia el sur, dejará en la Ría de Vigo un rastro de inspiración. En un año marcado por la incertidumbre climática y las tensiones geopolíticas, su paso nos invita a mirar al mar no como amenaza, sino como aliada. Para los vigueses, este velero sueco es un catalizador: un llamado a redescubrir las Cíes no como turistas, sino como exploradores. Y para la tripulación, las Cíes serán un recuerdo grabado en la madera: «Hemos quedado chocados por la belleza de esta zona», concluyen.
El Atlántico espera, y con él, nuevos capítulos de esta epopeya nórdica. Que su singladura inspire a más almas a zarpar, dejando atrás la deriva de la orilla.