Que los caprichos del destino son inescrutables es un axioma de sobra sabido; sin embargo no deja de sorprender qué fino los hila, en muchas ocasiones con tanto acierto que ni nosotros mismos escribiríamos mejor cómo nos gustaría que encajasen las piezas de nuestro propio futuro. Eso lo sabe bien Nacho, que acaba de ver cómo su padre, Maximino Alonso Lago, de 77 años, y su madre, Carmen Pereira Escudero, de 76, ambos del concello de Mos, fallecieron el mismo día tras más de medio siglo de vida juntos.
«Me sigue llamando un montón de gente y la gran mayoría de las personas de entre las cientos que pasaron por el tanatorio me decían que también les gustaría morirse así», ha explicado a Vigoé Nacho, José Ignacio más bien, uno de los dos hijos de la pareja. Su hermano se llama Francisco Javier.
Maximino murió a las seis de la mañana del pasado sábado. Y diez horas más tarde, Carmen lo siguió. Y muy a pesar de la inmensa pena que abate a sus dos hijos, que ven abrirse ante sí un vacío de dimensiones colosales, es inevitable sentir cierto consuelo con este capricho que ha tenido el destino con esta pareja, y también con sus dos hijos.
«A mi madre no le gustaba hablar de la muerte, pero mi padre siempre decía que le gustaría que muriesen juntos», rememora Nacho, quien así es como recuerda a sus padres: «siempre juntos, un ejemplo a seguir, muy buenas personas y muy queridas».
Dos largas enfermedades
Detrás del fallecimiento de esta pareja, él empleado de la distribuidora de Danone, ella costurera, ambos muy trabajadores, está el cáncer. A ella le atacó primero, hace más de veinte años, pero pudo seguir delante, siempre con Maximino a su lado. Luego, hace tres, la enfermedad le atacó a él, antes de que volviese a tejer sus hebras en el interior de ella. Carmen lo supo el pasado enero.
«Yo creo que de no estar mal mi madre mi padre hubiese aguantado. Es como si hubiese estado esperando por ella«, afirma Nacho, quien vio junto a su hermano cómo sus padres empeoraban casi al mismo tiempo, y cómo eran ingresados, uno en el Hospital Álvaro Cunqueiro y otra en el Meixoeiro.
«Echaron separados casi dos meses, hablando todos los días por teléfono», cuenta Nacho, quien se encargaba cada día, junto a su hermano, de poner a sus padres en contacto, mientras veían cómo poco a poco ambos se iban apagando. Hablaron entonces con los médicos para buscar la forma de que estuviesen juntos y, aunque el traslado de cualquiera de ellos era complicado por su delicado estado de salud, finalmente consiguieron juntarlos en una misma habitación del Hospital Meixoeiro, donde pasaron sus últimos días en compañía.
De la atención que recibieron en el sistema público de salud, Nacho no tiene más que buenas palabras: «Los cuidaron a ellos y nos cuidaron a nosotros. Te hacen sentir como si estuvieses en casa», afirma.
El desenlace final fue el sábado. O casi. Porque la ola de cariño que los hijos de Maximino y Carmen están recibiendo, de cientos de vecinos y amigos que querían a lo grande a sus padres, sirve para recordar que estas cosas carecen realmente de desenlace mientras haya quien te recuerde con cariño desde este lado.