Esta obra singular fue estrenada el 28 de diciembre de 1897 en pleno corazón del París. En ella se cuenta la vida de un soldado gascón, lunático y poeta, conocido por su enorme protuberancia nasal, pero también por su bella poesía, por su facilidad de verso y por su afán por los duelos y las peleas. Se trataba de Cyrano de Bergerac. La obra, escrita por el joven y osado poeta Edmond Rostand conoció un éxito sin precedentes que se extiende hasta nuestros días.
‘Cyrano de Bergerac’ lo tiene todo: aventura, pasión, tensión, humor, belleza, amor y desamor. Es un clásico entre los clásicos y un moderno entre los modernos. El referente para el público español es Gérard Depardieu en el mejor trabajo de su vida, un Cyrano que lo tenía todo en los ojos, esos ojos que habían visto muchas cosas en la vida, pero que brillaban ante el amor. Así es la mirada de José Luis Gil, amable y sabia, pero también chispeante y despierta ante los retos que le ilusionan. Cyrano es un sueño, y como todos los sueños es lo único real. Este es un montaje necesario. Surge de un lugar muy verdadero, meditado y apasionado. Un montaje a la europea, no con grandes aparatajes escénicos, sino con el lujo de las ideas y la belleza de las cosas sencillas pero efectivas. Un montaje de actores y de texto. Todo lo demás suma, pero no molesta. Un montaje que permita soñar con mosqueteros y con amores imposibles, con descarados lances y alegres bufonadas.
El auténtico Cyrano fue un coetáneo de Molière, una de sus obras más conocidas es un Viaje a la Luna por lo que se le considera un precursor (allá por el siglo XVII) de la ciencia ficción. Pero Cyrano es mucho más que una obra o un personaje, es el emblema nacional galo. El hombre valiente hasta el infinito, pero acobardado ante la mujer que ama, el negro del guapo de la historia, Christian, al que escribe versos en secreto para su adorada Roxanne y que tiene un fin trágico y un tanto ridículo.